ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
En el tejido de la memoria se ha instalado el feeling de Marta. Foto: VEITÍA, HÉCTOR

Un admirado periodista me dijo una vez que si un título necesitaba, para ganar contundencia, de signos de admiración o interrogación, no era lo suficientemente bueno; así que debía usarlos con mesura, y cuando no quedara otro remedio.

He tratado siempre de honrar ese consejo, y por eso dudé si el «maestra» que encabeza estas líneas debía ir desnudo de todo lo que no fuera la fuerza del vocablo; sin embargo, para hablar de Marta Valdés (La Habana, 6 de julio de 1934) parece insuficiente; tales son la belleza y el valor de la obra que la cantautora nos ha regalado a lo largo de una vida fecunda y coherente.

Autora de temas imprescindibles dentro de la cancionística cubana, como la iniciática Palabras, y José Jacinto, Aunque no te vi llegar, Canción fácil, o Sin ir más lejos, las composiciones de Marta tienen la capacidad de salvarnos la vida y formar parte de esa banda sonora personal que lo mismo sostiene en horas de dolor que extasía en lo feliz.

«Todos necesitamos tener una canción que nos pase suavemente por el oído. A algunos se nos aloja en el corazón, a otros en la conciencia, a la mayoría en la memoria», escribió en una de sus crónicas publicadas en Cubadebate, donde la columna titulada precisamente Palabras fue otra expedición a la sensibilidad por medio de su visión del mundo, que defiende tener voluntad de conocimiento, ansiar entender al otro, e ir en busca de la verdad.

En ese tejido de la memoria se ha instalado el feeling de Marta; que además de en sus canciones tan complejas musicalmente pero, a la vez, de una sencillez total asombrosa, se filtra a su perspectiva de la existencia o, quizá, salga justo de ella.

Mujer de una espiritualidad profunda  y convencida de que «uno está hecho para recibir y captar cosas», confía en la curiosidad y en el rigor: «La cuestión es hacer memoria y, no siempre mirando al pasado remoto o más reciente; sino abriendo los ojos a lo que vale y brilla, educando el gusto para hacer memorable todo aquello que, al oído, lo merece».

Mucho se le debe a su labor para educar y recordar, y a su afán de precisión, que la ha llevado por varios caminos creativos, signados por el misterio propio de las canciones cuando «reclaman ser compuestas a partir de un primer soplo de letras que viene con su música».

Asegura no tener título ninguno, pues cuando reabrió la Universidad –que había cerrado durante la dictadura de Batista– ya estaba en  el camino de la música; pero sí cree en los buenos maestros, y contar con ellos, confiesa, ha sido una de sus fortunas.

Ella misma ha fundado un magisterio, no solo para intérpretes y compositores, sino para todo aquel capaz de entrever la poesía en cada proceso del cuerpo y del alma, y tanto en los silencios como en la exaltación.

Si algún título podría rivalizar con el de maestra, para llamarla, sería el de poeta: Tú no sospechas / cuando me estás mirando / las emociones / que se van desatando. // Te juro que a veces / me asusto de ver / que te has ido adueñando de mí / y que ya yo no puedo frenar / el deseo de estar junto a ti. Y si sus letras conmueven, hay que ir a la música en que se funden, para entender la unidad que hace el milagro de una gran canción.

Ajena a grandilocuencias, la artista que ha sido según sus decisiones, que tiene un concepto elevado de la amistad, y a quien le interesa conversar, más que con famosos, con quien «esté proclamando la vida» a través de su trabajo, parece decirnos siempre:

Hay todavía una canción / alborotando el curso / de mi pensamiento. /Hay todavía una canción / precipitando acciones, /reclamando tiempo.

Hay y habrá. Inefable, Marta Valdés nos estará cantando siempre.   

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