ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Julia Roberts en Erin Brockovich. Foto: Fotograma de la Película

Todo comenzó en el podólogo. La productora Carla Santos Shamberg se enteró allí de la historia real de Erin Brockovich, justo con ella misma, quien era entonces su compañera de atenderse los callos. El suceso acaecido a esta mujer de pueblo, quien venció en los tribunales a un gran emporio corporativo y obtuvo en consecuencia una escalofriante cifra monetaria, le pareció potencialmente lucrativo a la señorita Santos.

Si era buena espectadora de cine estadounidense, sabía que el mismo relato, con ligeras diferencias, casi siempre engatusa a no pocos espectadores de ese país, quienes, por su idiosincrasia y modo de ver el mundo –derivados de toda la porquería que les meten en la cabeza desde que nacen, alrededor de su supuesta imbatibilidad–, aprecian en tales aisladas figuras a vencedores dignos de adorar e imitar, como a los magnates a lo Donald Trump.

A partir de la historia verídica de esta mujer, Steven Soderbergh levantó el fenómeno taquillero local Erin Brockovich (2000), filme en la misma línea temática de The Rainmaker (Francis Ford Coppola, 1997), pero lejos de la calidad de aquel, y distante también del corte más riguroso de otro similar: Aguas oscuras (Todd Haynes, 2019).

Al pensarse en otra cinta más de igual perfil argumental, como Acción civil (Steven Zaillian, 1998), la de Soderbergh, sí, gana en la comparación, por ser menos peliculera en el uso de la música y del montaje; además de por sumar diálogos ingeniosos en los cuales se advierte conmiseración hacia el extraordinario daño infligido al pueblo de Hinkley por la Compañía Pacific Gas and Electric.

Esa corporación industrial envenenó las aguas y causó enfermedades mortales o traumas a sus habitantes. Al narrar lo anterior, se le agradece al director de Traffic que se ahorre las consabidas secuencias de tribunales, mediante lo cual el título logra diferenciarse de sus semejantes del subgénero. Opera igual a su favor que el guion descubra el perfil sicológico del personaje central de Erin de forma inteligente, y recree, con acierto, todo cuanto ocurre en relación con su vida privada, elementos tendentes a humanizar al filme (del ciclo Planeta vivo, en La Rampa, este mes).

A Erin Brockovich la encarna Julia Roberts, actriz que pese a no blasonar del linaje de las grandes camaleonas anglosajonas (Close, McDormand, Winslet, Kidman, Moore) y no poseer una gama distendida de registros, hace bien lo suyo y proyecta una simpatía desbordante que alienta al espectador. La actriz compone con garra a su empírica leguleya, por cuya defensa ella ganó el tridente del año: Oscar, Globo de Oro y Bafta. No obstante, al margen de su meritoria interpretación, estamos ante una película de calibre medio en la cual, pese a todo cuanto simula criticarse, nada mal parada sale una nación en la que las Erin Brockovich, a lo Forrest Gump, logran subir del suelo al cielo, conseguir su sueño y amasar millones.

El título de Soderbergh resulta un falso puñetazo al poder, un pálido intento de denuncia social, autoneutralizado por el giro de la trama, para que el golpe se quede en el aire y se convierta, a la larga, en otra de esas cintas de superación personal de «don nadies», que ya Frank Capra filmaba, y mejor, desde los años 40 del pasado siglo.

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