Si tiene a la «guerrilla del arte», la noche lo arregla todo. Llega ella y desaparece el cansancio de otra jornada que ha sido ruda para «cruzados» y montañeses, aunque estos últimos están más habituados a los trajines de por aquí.
Hay expectativas: los «guerrilleros» de la Cruzada teatral Guantánamo-Baracoa están en la zona; les han dado la bienvenida los lugareños. No es raro ver adultos entre niñas y niños, asomados a una ventana, a una puerta, o en el patio de la escuela.
Pero los nocturnos, esos no se los pierde nadie. «¿A qué hora van a actuar esta noche?», es la recurrente pregunta de estas jornadas. La gente sale de sus hogares, en ocasiones dispersos y muchas veces distantes, para ver la función. ¿Y el mago, y la de los cuentos, y los payasos?, vuelven a preguntar.
El aire frío ruge su amenaza; ha llovido, hay fango, se hacen resbaladizos los trillos. Pero los montañeses van; es la magia de la «noche cruzada» que los apagones no siempre logran frustrar.
A mitad de espectáculo, al filo de las nueve de la noche en La Tinta de Jauco, Maisí, cuando el actor Fermín Francel regalaba su Pan para la fe, la luz se espantó de repente, como el venado. Y al instante fue reemplazada, multiplicada en decenas de teléfonos celulares, que sus dueños «desenfundaron» como relampaguean las pistolas en las películas del oeste; la presentación continuó. Al cabo, aclamaciones; aplausos para un final 19 veces repetido en igual número de actuaciones nocturnas en seis municipios guantanameros.
Pan para la fe recrea el apego de un campesino a su tierra, al paisaje, a sus mascotas; un arraigo que ni la soledad consigue debilitar. Quizá por eso acogen tan bien la propuesta los espectadores de campo adentro. «Está escapa’o ese flaco», le escuché decir a una adolescente; su elogio apuntaba a Fermín Francel; un niño en Felicidad de Yateras juró que lo imitará; «los cruzados» son referentes.
La función acaba, y de vuelta en el campamento da paso a partidos de dominó, acompañados por algún que otro trago –de ron, de café–. Los juglares se explayan: Silvio, Pablo, Serrat, Buena Fe, llegan a cuerda limpia, a toda voz en gargantas ajenas. Eldys Cuba y Ury Rodríguez, especialistas en eso de «dar cuero», ‘jodedores’ empecinados, sugieren que una «roncoeléctrica» convertiría en megavatios los ronquidos de uno de los cronistas, y para el roncador solicitan la distinción «matatímpano».
Silencio no; aquí la noche es coqueta, enamora como una muchacha hermosa. Cuando todos callan, los paisajes que en el día parecieron invenciones de los sentidos se vuelven sonoridades nocturnas. Llega sublime el sonido de los arroyos, los acordes del viento, el canturreo de la madre natura. Todo entonces encanta; Martí regresa: «la noche bella no deja dormir; oigo la música de la selva, compuesta y suave como de finísimos violines».
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