
Una vertiente sui géneris en el humor cubano es la de Eduardo Abela Torras (La Habana, 1963), que brinda en cada una de sus estaciones un guiño inteligente a la realidad desde referentes en el arte universal, la cotidianidad, los elementos del folclor y lo religioso, sin apelar a la ramplonería ni a la vulgaridad.
La sala Martínez Villena, de la Uneac, acoge desde ayer la exposición Venta de garaje, con la que Abela y la organización de los escritores y artistas se suman a la agenda de la xxiii Bienal Internacional de Humorismo Gráfico, que transcurre hasta el próximo miércoles 12 entre San Antonio de los Baños y la capital cubana.
Obras de diferentes series y momentos coinciden en esta muestra en que la unidad está dada por la objetualidad de cada una, y se alude a una actualidad cubanísima a través de personajes y expresiones.
Una vez más, Abela acude al instrumental del arte del grabador para conseguir un certero dibujo de estos personajes criollizados, que transitan por calles habaneras, o se sitúan en artefactos de su prodigiosa invención, conjugados con el reciclaje de trastos, desechos de viviendas remodeladas y envases vacíos. En un ingenioso y audaz juego de palabras descontextualiza y pone a prueba el ingenio de quienes contemplan las obras, ironiza, y envía mensajes subliminales en cada pieza expuesta.
No falta, sin embargo, una declaración de fe acerca del linaje que representan: las dos visiones martianas incluidas en este repertorio de imágenes definen su progenie, y la herencia de ancestros –hay que recordar al gran Eduardo Abela, el creador de El Bobo, personaje icónico–, que mucho brillo y calado han dado a las artes visuales en nuestro país.
Esta Venta de garaje de Abela cumple con las expectativas de un arte divertido y estimulante, capaz de hacernos ejercitar el intelecto y a la vez restituir a la pupila la plenitud del goce estético.










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