ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Fotograma de la serie ¿Quién es Anna?

Anna Sorokin o Anna Delvey. La muchachita rusa que emigró a Alemania y, con París de por medio, dio un salto espectacular para instalarse en Nueva York. Condenada por estafa y pendiente de deportación al día de hoy. ¿Víctima o victimaria? Si se observa con atención la serie ¿Quién es Anna?, que transitó los domingos por el espacio Alto impacto (Multivisión, a cargo de Jorge Legañoa), ambas condiciones encajan en la protagonista.

No estoy seguro, sin embargo, de que eso esté muy claro en las intenciones de la creadora de la serie, Shonda Rhimes, hábil a la hora de urdir tramas complejas con giros imprevistos que agarran por el cuello al espectador cuando este menos lo espera, tal como lo hizo hasta el cansancio con Anatomía de Grey.

Aquí parte de un personaje real, a quien pone en la balanza para que juzgue el que quiera juzgar. El título en inglés es mucho más preciso que en nuestra lengua, Inventing Anna, es decir, Inventando a Anna. La muchacha se inventa a sí misma y la inventan los demás. Cada capítulo de la miniserie se enfoca en alguien que tuvo que ver con la delirante aventura estadounidense de la joven declarada culpable de nueve cargos de hurto mayor y fraude en 2019, condenada a guardar prisión entre cuatro y 12 años, sanción extinguida en 2021 por supuesta «buena conducta».

Para unos, Anna es un amor; para otros el diablo. Ella se aprovecha de unos; otros se aprovechan de ella. Carismática y cínica, mentirosa y emprendedora a la vez, vivió y no deja de vivir, como veremos, el sueño americano en  tiempos de auge de las plataformas digitales, que no han hecho más que validar la miseria ética que viene corroyendo la gestión mediática desde la era de Hearst, es decir, muchísimo antes de la existencia de internet, Instagram y Facebook.

Allá quien crea en la explosión melodramática de la actriz Anna Chlumsky en el papel de la periodista Vivian Kent, cuando termina el juicio y visita a Anna en prisión. La verdadera Jessica Pressler, quien con su  reportaje en New York Magazine inflamó el mito de la Delvey, intervino como productora en la serie de Netflix. Cómo no va a aspirar a que se le vea un rostro más humano.

El abogado defensor Todd Spodek no es el tipo que la miniserie presenta, tan identificado con la causa de su cliente, como para implicarse pro bono (sin cobrar), convencernos de que ella actuó de buena fe. La propia Sorokin ha dicho que Spodek insistió en que fingiera ante el  tribunal. Por cierto, Spodek cobró su factura y para nada se alió a la periodista, como se vende en la pantalla. En la actualidad se ha desligado de su antigua representada y anda detrás de un nuevo jugoso caso rodeado de tintes escandalosos, el de Ghislaine Maxwell, la mujer asociada a las perversiones sexuales de Jeffrey Epstein, el magnate amiguito de Trump que se suicidó en la cárcel.

La serie se queda corta al dibujar a Rachel, la periodista de Vanity Fair que viajó con Anna a Marruecos a costa de la suculenta dieta de la publicación. Rachel pasa de ser víctima a villana. ¿Será solo porque, como se expone en la serie y fue verdad, publicó un libro en el que desbarró de Anna, o porque Rhimes y Netflix se enteraron de que estaba negociando ya con HBO, la competencia,  una producción sobre el mismo tema?

Lo de Anna no tiene nombre. Vendió a Netflix los derechos para la serie en 320 000 dólares, con lo que cubrió costos del proceso y deudas con defraudados y acreedores. Cuando parecía que se iba a quedar sin plata y abocada a un proceso de deportación por vencimiento del visado, el mes pasado debutó como «artista de la plástica». Sus dibujos están tasados en 210 000 dólares.

Y no parará. En febrero pasado, justo cuando se estrenaba la serie, declaró a The New York Times: «Definitivamente hay mucho más en mi historia que me gustaría compartir. Con eso en mente, estoy trabajando en varios proyectos, un documental con Bunim Murray Productions, de Los Ángeles, un libro sobre mi tiempo en la cárcel y un podcast. No animo a la gente a cometer delitos; solo trato de arrojar luz acerca de cómo saqué lo mejor de mi situación, sin tratar de glorificarla».

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