
La cuarta temporada de Goliath cerró un ciclo cuestionador del sentido de la justicia en el sistema político estadounidense y un serio intento por transgredir las convenciones del drama legal, género explotado hasta la saciedad por la industria audiovisual hegemónica.
Los telespectadores más avesados no solo siguieron las peripecias de Billy McBride (Bill Bob Thornton), a quien creían testigo de su propio final al cierre de la tercera temporada, en un acto digno del Caravaggio de Narciso reinventándose en una cruzada quijotesca a petición de su colega Patty Solis-Papagian (Nina Arianda), sino que tomaron nota del soporte real de la historia: la epidemia de los opioides que azota a vastos sectores de ciudadanos del país norteño, alentada por las grandes compañías farmacéuticas.
Por los días en que la temporada conclusiva de Goliath alcanzaba su punto álgido por Multivisión, llegaba la noticia de que Johnson & Johnson y tres de las mayores distribuidoras de medicamentos en Estados Unidos se vieron conminadas a desembolsar 590 millones de dólares a comunidades nativoamericanas para zanjar las demandas que las acusan de impulsar la crisis de los opioides.
Probado está que esas poderosas empresas contribuyeron a que millones de estadounidenses se volvieran adictos a los medicamentos opiáceos. El 21 de julio pasado la fiscalía de Nueva York escuchó a los representantes de las Big Pharma la disposición de pagar 21 000 millones de dólares a lo largo de 18 años para acabar con cerca de 4 000 demandas presentadas contra ellos, aunque no admitieron culpabilidad alguna. Johnson & Johnson acordó pagar 5 000 millones de dólares a lo largo de nueve años.
Desde la década de los 90, estas empresas farmacéuticas inundaron los espacios publicitarios con anuncios engañosos, al presentar sus píldoras como productos milagrosos e inocuos y no controlar las cantidades vendidas. En el capítulo final McBride afirma: «Ustedes no están en el negocio del dolor, sino en el de la adicción», al desmontar la especie echada a rodar por el presidente de la farmacéutica de que sus intenciones humanitarias pasaban por ayudar a que los pacientes de dolores crónicos accedieran a paliativos.
La trama legal, propiamente dicha, de Goliath 4 encuentra sustento en una enrevesada pero bien urdida madeja que saca a flote cómo a la administración de justicia en la nación que pretende dictar normas al mundo entero y presentarse como paradigma de derechos y libertades le importa un bledo la verdad. También no menos importante se presentan las componendas bajo cuerda entre el poder económico y las instancias del sistema judicial y la absoluta falta de ética y de mínimo respeto a la ciudadanía. El alegato de McBride, a duras penas admitido, y el gesto de Samantha Margolis (qué actuación la de Jena Malone) de sacrificarse al exponer públicamente la admisión de un jugoso soborno no son frecuentes en las cortes estadounidenses.
Desde el punto de vista del lenguaje audiovisual, Goliath 4 llega a ser pretenciosa, se sale de la media, pero ciertos elementos narrativos pecan de grandilocuencia: la conexión nostálgica con el padre en un perdido pueblo, los delirios del protagonista, la persistencia de pasajes brumosos y lluviosos. ¿Homenaje al western, el cine negro y a Chinatown de Polanski? Plausible intención.












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MPRM dijo:
1
8 de febrero de 2022
08:27:10
Gerardo Alvarez dijo:
2
8 de febrero de 2022
09:26:44
yadira dijo:
3
8 de febrero de 2022
11:09:28
Me encanta Barbara Eden dijo:
4
8 de febrero de 2022
12:44:05
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