Cercana aún la celebración del Día del Teatro Cubano, nos preguntamos qué lugar ocupa en la programación televisual, si tenemos en cuenta el papel formador de canales públicos como los nuestros.
Cierto que en los últimos meses, de un modo u otro, el teatro ha repuntado en la pantalla doméstica: el esfuerzo del Festival Internacional de Teatro 2021 de La Habana, aunque desigual, fue meritorio, y en diciembre se transmitió un ciclo de puestas en escena, varias de ellas adaptadas sobre la base del repertorio de Teatro D’ Dos, agrupación liderada por Julio César Ramírez. Hubo también oportunidad de apreciar la irreductible vigencia temática y dramatúrgica de El último bolero, de Cristina Rebull e Iliana Prieto, en la que la realizadora María de los Ángeles Núñez Jauma se las ingenió para enganchar a un telespectador desde soluciones visuales que calzaron el formidable despliegue actoral de Mayra Mazorra e Iyaima Martínez.
No obstante, pese a las alianzas recientes entre el Ministerio de Cultura, la TV cubana y el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, el teatro dista de ser una presencia sistemática e intencionadamente programada en el medio masivo de comunicación. La audiencia menor de 40 años prácticamente no ha visto teatro por televisión, cuando en la historia del medio en la Revolución hubo espacios como Teatro icr, que difundió por largos años, muchas veces en vivo, de uno a otro confín del archipiélago, obras de Shakespeare y Molière (ah, el gran olvidado en la escena cubana este enero, en el 400 aniversario de su nacimiento); Chéjov y Pirandello; Sartre y Anouilh; Williams y O’ Neill, pero también de José R. Brene y Carlos Felipe, José Antonio Ramos y Rolando Ferrer (quién pudiera ver ahora mismo la Lila la Mariposa, que en 1982 dirigió Loly Buján), Abelardo Estorino y Héctor Quintero.
Héctor volvió a la televisión en noviembre pasado con la retransmisión, 27 años después, de la telenovela El año que viene, en horario vespertino. Revisitar algunos de sus capítulos hace pensar en la intacta vitalidad que imprimió uno de los grandes del teatro cubano a un género audiovisual que refrescó dentro de sus patrones convencionales. Enredos, romances, situaciones dramáticas y buen humor, desde luego, pero mejor aún el retrato de una época.
En la ya mencionada reciente temporada teleteatral, Teatro D’ Dos reflotó uno de sus más aplaudidos montajes de la década anterior, Sábado corto. La versión de Julio César Ramírez para la pantalla doméstica no introdujo grandes modificaciones ni al texto ni al montaje original. El director apostó por la actuación protagónica de Daisy Sánchez.
Mientras transcurría la puesta pensé cuánto le debemos a Héctor y cuánto su obra podría enriquecer a los telespectadores de nuestros días, que hallarían aristas filosas en Contigo pan y cebolla y El premio flaco. Pensé también en que no hace falta un despliegue espectacular de recursos para llevar a término obras que forman parte de nuestro patrimonio escénico.












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