
La periodista Marta Rojas (Cuba, 1928-2021) transita hacia la novela histórica de forma natural. Casi por azar se vincula en 1953 a uno de los sucesos capitales de nuestro país: el asalto al Cuartel Moncada. A partir de ahí, sus crónicas, reportajes, testimonios y entrevistas la ligan al acontecer nacional y, luego, tras el triunfo de la Revolución, también al internacional. Asume estos géneros periodísticos con emoción, sensibilidad caracterológica e imaginación, rasgos que favorecerán varios lustros después su arte de novelar, como lo confirman El columpio de Rey Spencer (1993), Santa Lujuria (1998), El harén de Oviedo (2003), Inglesa por un año (2006), El equipaje amarillo (2009) y Las campanas de Juana la Loca (2014).
Publicada en Argentina en 2014 (en Cuba en 2016), Las campanas de Juana la Loca reafirma el ecumenismo y la actualidad narrativa de la autora. Cercano a un collage, el texto entrevera argumentos y figuras del siglo XVI de España, Alemania, Bélgica, el Río de la Plata y otros escenarios, con Santiago de Cuba como epicentro, y la mirada puesta en la rebeldía de los personajes (la mujer entre ellos), el mestizaje y la independencia.
El collage constituye una vía útil para los novelistas que en la actualidad se interesan por seres y sucesos muy complejos para la historiografía. Ello lo vemos en otras ficciones latinoamericanas, como Santa Evita (1995), del argentino Tomás Eloy Martínez, y El perpetuo exiliado (2016), del ecuatoriano Raúl Vallejo.
Por sus rasgos comunicativos, Las campanas… se auxilia también de los vasos comunicantes, pero de forma más sutil, no al modo habitual del artificio, sino a partir de los signos no visibles, aquellos situados en los niveles más arcanos del relato.
Otro recurso capital de esta obra es la perspectiva en abismo o cajas chinas, técnica ampliamente empleada por la ficción posmoderna. Pero su empleo es aquí curioso. En el contexto de lo que aparenta ser la diégesis primaria, las desventuras de la reina Juana la Loca y sus afanes por producir campanas en la mina de cobre de Santiago de Cuba, además del intenso trasiego existente entonces entre el Río de la Plata (Argentina) y Cuba, la autora introduce otra historia que, a la postre, resultará decisiva: la de Marcos Marfán, un lector de tabaquería y la guerra de independencia de 1895.
La sorpresa no es poca. Resulta que la materia «viva» del texto corresponde a relatos enmarcados dentro de la novela Las campanas de Juana la Loca, la que es leída y comentada por un singular analista posmoderno, un lector de tabaquería que en 1895 participa en secreto en los preparativos de la guerra de independencia. Y aún más, él mismo se inscribe en otra ficción hipertextual, la que leemos nosotros, verdadero laberinto diegético y lectural.
De esta forma, asistimos a importantes revelaciones históricas, literarias, antropológicas, culturales y genéticas. Las campanas… permite conocer cómo nuestro mestizaje y acerbo lingüístico son sumamente ricos. En lo literario, resulta notable la recreación en nuestra novelística de un asunto tan significativo como el papel de las tabaquerías y sus lectores en la elevación del conocimiento político-cultural de los obreros y su papel en la guerra necesaria. Al mismo tiempo, la novela teje una intrincada urdimbre intertextual, con acento en lo paródico, el manejo de sofisticados discursos de nuestros días como los de Facebook y Twitter e intensos juegos de anacronismos (por ejemplo, incorpora a García Lorca, Carpentier, Silvio Rodríguez y Félix Julio –«notable pelotero»–, entre otros). Así, Las campanas de Juana la Loca deviene un impresionante hipertexto de la ficción histórica cubana de nuestro tiempo.












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