ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
A 35 años de su desaparición física, razones sobran para continuar estudiando la obra de Onelio Jorge Cardoso. Foto: Osvaldo Salas

La señora Francisca Viera Torromé andaba aquella mañana del 29 de mayo de 1986 en los mismos ajetreos domésticos de todos los días. Desde muy temprano escuchaba el tecleo en el despacho de Onelio. Le preparó la taza de café humeante, sobre lo amargo, como lo degustaba siempre.

 Al fin Cuca escuchó el último golpe de tecla. Al presionar la puerta, se lo encontró corrigiendo el texto La presea, acabadito de escribir. Qué lejos estaba de imaginar que, junto con el final del cuento, su vida estaba próxima a apagarse. Bebió el café, sorbo a sorbo, mientras compartía la lectura del cuento con su esposa. A Cuca le pareció bien, solo le sugirió que revisara el final, pues le parecía muy cruel. Por mucho que no le gustase hacerlo, ella estaba segura de que él volvería sobre las últimas líneas. Llevaba como 15 minutos escuchándolo teclear. Ella sonrió de nuevo e imaginó el índice del escritor aporreando el punto conclusivo de la historia, en su Robotron.

Doña Francisca regresó al estudio ante el ruido inesperado. Onelio reposaba su cabeza sobre el rodillo de la máquina de escribir. Un reposo que sería eterno. Había muerto como el hermoso caballo de una de sus invenciones, con los ojos bien abiertos, para guardarse el inmenso azul de los mares, la sencillez de sus campesinos, carboneros y pescadores; para retener la imagen última del sauce llorón, aquel árbol ancestral de su infancia, que todavía sigue brindando sombra a su pueblito, tan lejos geográficamente ahora, tan cerca de su corazón. Así, literariamente, nos decía adiós el escritor, que había tenido aún el tiempo justo para dejarles a los niños un caballito blanco y un cangrejo volador.

Onelio ha sido calificado por muchos analistas como el Chaplin de la literatura nacional, pues su obra convence por igual a los más exigentes lectores como a los menos avezados.

Pocos como él pudieron reunir, en un considerable haz de cuentos, la tradición narrativa cubana y los atisbos de un arte de contar diferente en los umbrales del posboom latinoamericano. La cuentística oneliana se mueve, primero en el llamado cuento criollista, recreando esa ruralidad de la geografía cubana, hasta dentro del dolor de la pobreza, siempre bajo el aliento de un mañana diferente. Pero el propio Onelio supera ese primer momento de su narrativa para calar en la personalidad de los hombres y mujeres de campo, lo que le permite ahondar en un escenario mucho más copioso y tomar conciencia, junto con sus personajes, de esa realidad excluyente.

Onelio, hombre acostumbrado a lidiar en el pasado con la miseria, con el hombre rudo de los campos, de los cayos y de los villorrios de pescadores, encontró igualmente, en esa cosmografía, cuenteros populares que le sirvieron para crearse su propio fabulador; un narrador testigo que supliría su papel de escritor, apegado a esa oralidad. Juan Candela, ese personaje fenómeno tan llevado a los audiovisuales y a los escenarios teatrales, reprodujo en su acepción más amplia a uno de los maestros de la narrativa cubana.

Onelio escribía, según su amigo Gustavo Eguren, los cuentos de una sentada, los traía en la mente y los tecleaba, amparado en su frondosa capacidad de fabulador.

No hubo oficio que Onelio no ejerciera con un profundo amor por el hombre: vendedor ambulante, mensajero de farmacia, maestro, periodista, libretista radial, pero por sobre todos, la de escritor comprometido con lo mejor de las esencias humanas. Revolucionario cabal, tuvo la dicha de ver cumplido su sueño de que un día sus personajes, empobrecidos hasta la médula, tuviesen la oportunidad de vivir en un país donde la dignidad del ser humano fuese la ley primera.

El escritor, dueño de más de 15 cuadernos de cuentos, traducidos a más de 12 idiomas y con adaptaciones para el teatro, la danza y el cine, se desempeñó, además, como Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en Perú, y a su regreso fue elegido presidente de la sección de literatura de la Uneac, responsabilidad que asumió hasta su muerte.

A 35 años de su desaparición física, razones sobran para continuar estudiando su obra, pues esta constituye un segmento sustancial en el copioso patrimonio literario de la Isla ilustrada.

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Arisbei Pérez Moraga dijo:

1

29 de mayo de 2021

13:34:55


Merece reconocimiento y mucho más. El más grande de nuestros cuentistas. Será siempre un ejemplo para aquellos que nos iniciamos en el mundo de laa letras.

María Josefa Rivera dijo:

2

29 de mayo de 2021

14:30:59


Leer a Onelio equivale a caminar por los senderos de Cuba. Es sencillamente fascinante. Su obra es una oda al campesinado y a la gente más pura y sencilla de nuestro hermoso país.

Agustín Dimas López Guevara dijo:

3

30 de mayo de 2021

18:30:55


Agustín Dimas López Guevara El Cuentero Mayor En la dé cada del setenta, con el asombro campesino, habanizado con un barniz de lecturas, descubro la Obra de Onelio Jorge Cardoso; cuando ya era considerado E Cuentero Mayor. Comienzo paradójicamente a identificarme, identificar personajes de sus cuentos con conocidos que dejé allá en el campo. Tal parecia que era yo, el niño ingenuo y asustadizo cuando leí Taita, diga Usted como. Pidiéndole al padre espantar el caballo encabritado, o el gallo erizado, cuándo en sus desenfreno sexuales querían subirse sobre la potencia de mi tío Federico, o la gallina enana de mi abuela Fidelina; en aquellos descubrimientos en el campo. De modo que me adentre en la obra de Onelio; hasta casi saber de memoria sus cuentos. Así, que aquél estudiante de la Escuela Nacional de Instructores de Arte, en la especialidad de Teatro, hallo la dimensión más amplia, al interpretarla Padre de Visia, en una adaptación de Pedro Ángel Vera; que estrenamos en el Teatro Miramar, en el pase de año en el curso 1974. Influido por la obra de Onelio, comienzo a escribir mis primeros cuentos; al amparo de los Talleres Literarios y sus Encuentros Debates, obtuve menciones y Premios y la Suerte de conocer a los jóvenes creadores: Senel Paz, Miguel Mejides, Norberto Codina, Paco Mir, Efraín Morciego, los hermanos Doblado, Raúl y Ibrahim, Roberto Manzano. Pero sobre todo; a los ya consagrados: Félix Pita, Eliseo Diego, Dora Alonso, Samuel Feijóo-, que tuvo la gentileza de publicarme en la Revista Signos, mi viñeta: Las Promesas-, Raúl Ferrer,El Indio Nabori, Adolfo Martí, Manuel Cofiño, Viriles, Sergio Chaples; hasta llegar a conocer a en el año setenta y ocho a Onelio; con el que entable una relación de amistad, casi familiar, que perdura después de su muerte. En 1978 predidi la delegación Artística de la recién nombrada Isla de La Juventud al X Festival Mundial celebrado en La Habana. Asistí a un conversatorio en el Centro Internacional de Jóvenes Artistas (CIJA) donde Onelio tendria un encuentro con los jóvenes creadores. De modo que fui uno de los primeros en ocupar asiento en el salón del edificio central de la Dirección General de Escuelas de Arte. El Centro llegó, con su guayabera blanca, sus espejuelos bifocales, su calva inconfundible; acompañado de Cuca. Con una voz susurante que devoraba nerviosismo; pidió disculpas por la demora, como un estudiante que llega tarde al aula. Enseguida le avisaron con preguntas y él,respondia, mientras fumaba y trataba de pastorear un nerviosismo, ocultando, casi con los puños cerrados, sus uñas carcomidas. Yo inconsciente, evocando como una asociación; el cuento El Pavo, que escarbaba los bulbos de las brujitas en el jardín; con sus uñas cenizas y corvas: lo único del que tenía el pavo; porque el plumaje era un abanico de vital tornadolado que hacía desvariar cuando se pavoneaba. Por iniciativa propia o como Homenaje a Cuca, leyó Francisca y la muerte. Luego de las opiniones y aplausos, mientras venía un vado de agua, le pedí que leyera Abrir y cerrar los ojos; pero se excusó. Había hecho un viaje desde Lima, donde ocupaba el cargo de Consejero Cultural; y del aeropuerto, prácticamente vino para cumplir este compromiso con los jóvenes. Nos dijo que estaba algo agotado y otra vez percibi en su voz una disculpa sentida; mientras, aplaudia como todos aquella tarde de agosto. Al final mientras se despedía, casi confidencial, me preguntó porque quería escuchar ese cuento. Le dije en el apuro, mientras le daba la mano despidiendolo ; que el personaje del cuento sería inmortal, por esa facultad mágica de trasladarse en el tiempo con sólo cerrar los ojos. No sé cómo me presentó a Cuca, con un entusiasmo que me pareció, como si nos conociéramos de toda la vida y casi como recompensa , me dio su número de teléfono para que lo llamará y en otra oportunidad leerme el cuento. Esa tarde le di la noticia a mi mujer: Onelio me dio el número de su teléfono de su casa, para que le llamé y poder visitarlo. Mi mujer, con nuestro hijo de dos meses en sus brazos, me advirtió, para corregir mis impulsos afectivos, que esperara unos días, por favor. De modo aque al tercer día la ansiedad me lanze al teléfono, con la buena suerte que me contesta Onelio. Me pregunta; ¿puedes venir ahora? Que anote la dirección. Me digo que sí; voy para allá. Oigo cuando le dice a Cuca, que prepare la cafetera que viene visita Recuerdo que llegue por el amplio patio y allá en el fondo parado en el balcón para indicarme que subiera por la escalera de la izquierda; hasta el segundo piso en la puerta verde. Aquella noche no me leyó el cuento. Hablamos del campo, las costumbres, las familias, los libros, los amigos,la pesca-, este divertimento, que nos hizo entrar en comparaciones; hasta que cierta vez cuando nuestra amistad era familiar, me convenció de que a él la pesca le gustaba más que a mí, cuándo me dijo; así como lo dibujó Posada; mirandome por encima de los espejuelos: ¡No te puede gustar más que a mí la pesca, si el primer pargo que pesque en MATANZAS, se me pudrió en la mano de enseñarselo a la gente¡ De su amistad con Raúl Ferrer, Tabio el fotógrafo que le acompañó en sus recorridos y reportajes y su ausencia. Del indio Nabori, Felix Pita, Eliseo,; a todos los conocería personalmente junto a Onelio. Entre tazas de café, cigarros y la presencia de Cuca, nos dioa la una de la madrugada; lo que se repitió por muchas noches a lo largo de los años. Me acompañaba en su Lada, ha pesar de mi insistencia de irme solo. Otras veces llegaba a mi casa y ya mi hijo con cuatro años le atendía como si fuera el abuelo que llegara y Onelio disfruta de las atenciones de Edgar, con una sonrisa agradecida, cuándo mi hijo le daba agua en una copa o le traía unas chancletas para que descansará sus pies. En esas conversaciones; en las que a veces mi mujer se quedaba formulada en la sala, porque Cuca se entretenía en su cuarto o la cocina; nos fuimos bebiendo, poco a poco, una botella de un Coñac Armenio; hecho con ajies, que bautizó con el nombre de Sofrito; regalo recibido en uno de sus viajes por la antigua Union Soviética. Me habló de Vadil Popov, de su temprana muerte y su libro de cuentos; las Cuitas del corazón. De Juan Rulfo y su encuentro con él, allá en el DF. De la obra de Guimaraes Rosas y El Gran Serrín Vereda; quien con profética palabras sentencisba: Yo me acuerdo de las cosas antes de que pasen. De su amistad con Juan Bosch, a quien me llevo a conocer en la residencia de Siboney, luego de cumplir los rigores de seguridad. Nos recibió el expresidente dominicano: alto, Delgado, canoso, con lentes montados al aire, una sonrisa afable y se abrazaron dándose palmadas afectuosa, los dos con guayabera. Los dos que habían obtenido en las décadas del cuarenta y cincuenta los Premios Hernández Cata. En la terraza nos acomodó, nos brindó Ron Cacique y Tabacos cubanos, que deguste como fumador empedernido y un bebedor entrenado; mientras escuchaba la conversación sobre libros, escritores y otras historias contadas por Juan Bosch y Onelio; tuteandose como hermanos. Cuando hablaron de Joaquín Gutierrez, Puerto Limón y La Hoja de aire; Onelio, me dijo: cuando lleguemos a casa, recuérdame para prestarte La Hoja de Aire, para que la leas. Maravilloso libro que Joaquín le había dedicado con una caligrafía Tica: A Onelio, que no te lo roben. Y que leí leí aquella misma noche, recordando a Juan Bosh cuando hablaba de su historia. Aún recuerdo que empezaba así: "Hay quien se enferma del corazón, la próstata, o los riñones; yo me enferme de eso, de pensar de recordar" Cometí el error de prestarle el libro a Ramón Fernández Larrea y nunca más supe del libro, ni de Ramón; a pesar de la dedicatoria de Joaquín, advirtiendo lo que pasó. Onelio tuvo conmigo atenciones que nunca olvidaré: El desprendimiento de regalarme su máquina de escribir donde había escrito El Caballo de Coral y gran parte de su obra; llevarme, recogerme en el aeropuerto cuando viaje a Nicaragua y a la antigua URSS. Prestarme su sobretodo para el crudo invierno moscovita mostrarme su preocupacion al Compañarme en la enfermedad de mi hijo en el Hospital Finlay; cuando los síntomas apuntaban hacia la meningo; hasta su recuperación, con una dedicación de abuelo, que nunca olvidaré. Conocer su confesión angustiosa de no poder escribir, atribulado por sus responsabilidades al frente de la presidencia de Literatura de La Uneac. Llegó a pedirme que yo concluyera su cuento: La mitad del oído y la visa interior. Lo que por supuesto nunca hice; porque al final comprendió que era un cuento para contarlo mo para escribirlo. Sería imposible resumir tantos años de anécdotas con Onelio durante más de ocho años; pero hay una que no debo dejar de señalar en 1984 la Dirección de Cultura en la Isla de la Juventud, en coordinación con el Teatro Juvenil Pinos Nuevos, es invitado para que reciba el homenaje del grupo, por llevar en su repertorio sus cuentos: El Hambre, El Cangrejo volador, Francisca y la muerte, El Cuentero; el espectáculo Los cuentos de Juan Candela; hechos con títeres por el grupo, que incluía: Los tres pichones, Pájaro, Murciélago y Ratón y La Serpenta. Aún recuerdo sus frases de elogios, por la gracia con que Vivían Acosta, interpretó el personaje de la Madre de los tres pichones, la confección de los títeres, la frescura del montaje a cargo del desaparecido Raúl a guerra. Ese día de este Homenaje la dirección del núcleo, organiza un Acto en el Salón de historia, donde me otorgaría el carnet del Partido y le piden a Onelio que me haga la entrega. Cuando me abraza me dice al oido: Te lo ganaste primero que yo. Que vergüenza sentí. No podía entender, como era posible que Onelio, con su obra, su vida de hombre humilde, modesto y un amor a toda prueba a la Revolución; no hubieran visto los dirigentes de entonces las cualidades de Onelio . Desde entonces supe que era un Comunista sin carnet. Para más recuerdo el último cuento; La Presea, me lo había leído unos días antes de su muerte, y nunca me dijo que estaría dedicado a mi, como salió publicado en la Revista Bohemia.

Leticia Marce Martel dijo:

4

31 de mayo de 2021

10:21:14


Onelio. Otro ORGULLO DE LA CUBA CULTA, REVOLUCIONARIA. Su obra el apego a lo m'as sencillo de su gente: Los campesinos; el campo. Un ejemplo de escritor de sangre. Mi reverencia ETERNA O da a ti N unca muerto E spíritu de güije L ucero de la campiña I cono del olor a verde Onelio ETERNO Radiola LMM Leticia Marce Martel 31/05/2021

Vivian Velunza dijo:

5

31 de mayo de 2021

16:55:29


Nuestro cuentero mayor, crecí leyendo a Onelio Jorge, de niña, adolescente y adulta, escribió para todos con acierto, dedicación y entrega.