ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Tomada de Internet

La aparición, en 1921, de El mar y la montaña. Versículos indemnes (Imprenta El Siglo XX, La Habana) vino a consolidar en el ámbito nacional la jerarquía poética del guantanamero Regino E. Boti (1878-1958). Ya desde los versos formidables de Arabescos mentales (Barcelona, 1913), Boti, junto al santiaguero José Manuel Poveda (1888-1926), desde el oriente del país, y el matancero Agustín Acosta (1886-1979), inician la renovación lírica de la poesía cubana, al proponer una nueva visión estética: la del postmodernismo, cambio que los vincula de inmediato (sobre todo a Boti) con quienes en América Latina, y por los mismos años, llevan a cabo similar transformación, léase, Ramón López Velarde (México), José María Eguren (Perú), Luis Carlos López (Colombia), Baldomero Fernández Moreno (Argentina), Porfirio Barba Jacob (Colombia), y Delmira Agostini (Uruguay) y Gabriela Mistral (Chile), entre otros.

Sin embargo, no será hasta El mar y la montaña que la mirada al entorno, a la inmediatez y el sentimiento familiar hacia la cotidiana sencillez se imponga definitivamente (o casi del todo) a las resonancias marmóreas de la escuela de Rubén Darío, audibles y evidentes aún desde el exquisito título de 1913 hasta no pocos de sus cincelados versos (Erosión nacarina: El blanco solamente es una gama/ cuando –red ideal– tu piel exorna/ y en viola, coral, perla, nieve, torna/ el rayo incierto que la luz derrama.)

Es verdad que en Arabescos… hay un puente, un núcleo inusitado (Alma y paisaje), que anuncia la novedad de El mar y la montaña, en tanto la percepción del paisaje intenta abandonar la simple ritualidad escultórica (signo del imaginario modernista) para devenir identidad regional (Mirando el paisaje: Pasa el tren como sierpe resonadora/ a través de los campos empobrecidos/ que un verde seco y triste mancha y colora/ en el llano y el bosque falto de nidos.) Identidad cartográfica resuelta a plenitud en la toponimia rotular de El mar y la montaña, y en sus poemas.

Aquí ambos lexemas buscan fijar, desde el alma del poeta, el microcosmos de lo legítimo, lo cual constituye un valioso aporte de Boti a la poesía cubana y continental, ya que va a lo nuestro desde la sencillez lexical, sin la ampulosidad modernista. Los cantos se detienen ahora en los elementos de la tierra natal: las calles, la iglesia, los árboles, los patios, el parque, los individuos, los instantes del día, las colinas, los valles, en fin, las pequeñas cosas, junto al mar que va y viene o se aquieta, la filosofía del tiempo, el apego al hogar, la intimidad, lo local, urbanismo que continuará en la poesía de Boti desde estas imágenes entrañables de su ciudad natal: ¡Guantánamo! Tú eres/ la avanzada serena, el cemí/ del llano de las aguas/ de tu antiguo solar siboney.// Aldea, mi aldea,/ mi natal aldea,/ término que clavó entre el mar y la montaña/ la flecha siboney (Guantánamo).

Voz mesurada, en versos breves y sencillos que dan la pauta del poemario y su cosmovisión, aun en notas prosaístas: En los charcos pestilentes/ de la playa estrellas brotan:/ es la floración del cielo/ con que se viste el crepúsculo,/ corolas adamantinas/ que escintilan en los charcos (Crepuscular). Son, por lo general, micropoemas, síntesis a veces de lo más secreto del ser, sensibilidad anunciadora de un simbolismo existencial que después recorrerá la literatura, en especial el teatro y la narrativa: Y mañana, como un asno de noria,/ el retorno canalla y sombrío/ doblar la cabeza y escribir:/ Al Juzgado,/ con los ojos aún llenos de lumbres,/ sobre un mar amatista encantados (La noria). A un siglo de su salida, El mar y la montaña continúa siendo una de las muestras más elevadas de la poesía postmodernista en Cuba y en América Latina.

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