ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Amadeo Roldán. Foto: Archivo de Granma

El 6 de octubre de 1919, casi a punto de conmemorar los 400 años de su fundación, la ciudad de La Habana recibió en su puerto, procedente de Cádiz, al vapor Antonio López.  A bordo, una pareja de recién casados no le perdía pie ni pisada al más dinámico de todos los pasajeros. Lo habían admirado en los conciertos de la Orquesta Filarmónica de Madrid, donde se destacaba por su porte y su arte entre los violines primeros. Le conocían de nombre: Amadeo Roldán. María Muñoz lo miraba y sonreía junto a su esposo, Antonio Quevedo, quien años más tarde, al evocar aquel encuentro en una crónica,  escribe: «…andaba sobre cubierta leyendo a Rubén Darío y discutiendo sobre la poesía nueva con un grupo de artistas que viajaban en el mismo barco. Usaba Roldán una melena y una pipa descomunales, y venía orgulloso de su Premio Sarasate y del puesto que dejaba vacante…».

Debe haberse hospedado el muchacho en algún sitio que le permitió llegar a tiempo, el mismo día de su arribo, a una función que se ofrecía en el teatro Payret. Ya en el lugar, no desperdició un minuto en su afán por acercarse a los músicos para conocer detalles acerca de la vida artística en la ciudad. Algo especial debe haber vibrado en el ambiente con la presencia del predestinado, que traía en su alma tantos dones como pudo repartir para dejar fundado, como Dios manda, un costado del siglo XX musical cubano al cual no se cansó de tributar como pedagogo, investigador, compositor, conferencista, ejecutante de primera línea, director de orquesta, hombre de cultura y, sobre todo, ser humano cuya luminosa estrella, a partir de aquel primer día y hasta el último, no paró de afilar sus picos, irradiar sus fulgores y repartir cada brote pequeño o descomunal de su talento.

El romance entre Amadeo Roldán y su Habana, en los escasos 20 años que le fue dado vivir entre octubre de 1919 y marzo de 1939, es una historia de a pie. Su hoja de vida creció de la mano de su violín, al son de su incesante afán por transmitir conocimientos a los músicos que iba encontrando a su paso; en busca de una conciencia sonora dada a ahondar en las raíces y  apreciar la tradición; abierta a  las corrientes de su tiempo; trazadora de caminos en pos de una vanguardia propia con la que el mundo, en lo adelante, tendría que contar.

Los cien años más recientes de esta Habana, próxima a cumplir sus 500, atesoran curiosas memorias del ir y venir de Amadeo por la ciudad, en los primeros tiempos, que crecía cada mediodía allá por los tempranos años 20 comenzando en los horarios de almuerzo del hotel Lafayette, cerca de la Plaza de San Juan de Dios; remontando Prado arriba en dirección al hotel Inglaterra para ambientar la cena temprana, no sin antes haber refrescado, en dinámica charla con su recién estrenado amigo Alejo Carpentier, delante de un enorme batido de frutas. Ya entrada la noche, a solas por entre la diversión de los demás, rendía el músico su última batalla blandiendo el arco de su fiel violín para ejecutar las más diversas formas del fox-trot y otras modas, en los shows del cabaré Infierno, a la altura de Amistad y San José.

Incontables travesías hasta Regla, con la ilusión de descifrar los toques enraizados en el alma africana y acometer la titánica pretensión de trasladarlos al papel pautado, deben haber alborotado los sentidos de Amadeo Roldán hasta traducirse en sus Rítmicas v y vi para percusión (1930). Noches habaneras de luna y estrellas, de esas que ningún otro cielo en el mundo puede ofrecerle al alma, deben haber puesto a vibrar en la sangre santiaguera que corría por sus venas  la carga inspiradora de sus Tres pequeños poemas (1926).

Hace cien años, cuando la ciudad de La Habana recibió en su puerto al vapor Antonio López,  ni el barco ni los pasajeros se dieron cuenta de que traían a bordo, a manera de regalo anticipado  para los festejos por unos 500 años de la ciudad en los que a nadie todavía se le ocurría pensar, un caudal de riqueza espiritual incomparable y eterno: la ejemplar historia de vida y la hermosa obra de Amadeo Roldán.

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