Salvador

Aquel santiaguero impresionado por los anuncios de la Manzana de Gómez. Aquel luchador que vino a la Habana con la ilusión de trabajar en la radio como actor. Aquel Wood con un apellido que según le dijeron en un inicio, confundiría la gente con Wong, porque parecía chino. Ese salvador del cine, amado y presente en la memoria del pueblo cubano. Ese Salvador, Cepillo o Juanchín. Ese actor fuera de serie que ha hecho del amor por su país y por su gente su razón de vida, ha partido.

Un rostro y rosas blancas, resaltan en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional. Junto a sus restos, la distinción de Héroe del Trabajo de la República de Cuba y las medallas Alejo Carpentier y Frank País. Lo acompañan por última vez su familia, los compañeros de vida, los amigos y admiradores de su obra. Según van llegando, muestran sus condolencias y tienen unas últimas palabras con él.

De a poco, todos participan de la guardia de honor a sus restos. Instantes de dolor y nostalgia aparecen por momentos. La admiración profunda y el respeto confluyen en tiempo y espacio. Una sala llena de pueblo tratando de cerrar la herida que deja su partida en la esencia de la cubanía más pura.

Una mezcla de humildad, sencillez y fidelidad revolucionaria que le pertenece al pueblo de Cuba de una forma única. Hombre de una altura humana tan grande como revolucionaria y artística. De la raíz estóica de Martí y Fidel. Ser humano que por mucho que se lea sobre su vida, nunca se llegará a conocer totalmente su aporte a la cultura de Cuba. Salvador Wood, aquel, imposible de describir con palabras.