
Suspiro con alivio ante este Capitolio en restauración para el que tantas inteligencias y tantas manos se juntaron. Miro hacia lo alto y me parece adivinar la silueta de Ignacio Piñeiro cuchara en mano, posiblemente al frente de la cuadrilla de soladores que al inicio de la historia de esta edificación se encargó de garantizar con orgullo el acabado impecable de la cubierta. «¡Ignacio, Maestro solador; el más grande de toda La Habana; trabajó en el Capitolio!» –comentaba Odilio Urfé–.
Y yo lo imagino joven, lleno de vida, animando la faena de todos con el tarareo de cualquiera de sus inmortales, dulcísimos a la vez que pícaros, zalameros sones habaneros que su genio dejó encajados con un perfil inconfundible para la historia de la música cubana, uno por uno, con el mismo esmero con que fue colocando losa por losa mientras iba pensándolos y, por momentos, dejándose llenar del sano orgullo que se siente ante el acabado de cualquier labor –por humilde que parezca a simple vista o a golpe de un tarareo– donde se junten lo bello y lo perdurable.
Durante varios meses, entre 1960 y 1961, la vida me proporcionó el privilegio de compartir labores en el ámbito autoral con este habanero cuyos bríos, a sus 72 años, marchaban parejo con la leyenda que –ante la sola mención de su nombre– invariablemente afloraba motivada por la repercusión de una obra musical única en su manera de sonar, gracias a ejecutantes también únicos agrupados a partir de la segunda década del siglo xx en el sexteto, y más tarde el septeto, que Ignacio Piñeiro fundó y dirigió. Fue desde su contrabajo que el músico trazó las curvas, los atajos, los tramos rectos de uno de los caminos más firmes en el panorama de la música cubana.
Innovador, genio de la forma y el estilo, los pormenores acerca de su aporte pueden hallarse en diccionarios y textos de diversos tipos a los que vale mucho la pena acercarse con la absoluta confianza de que, además, nos proporcionarán no pocas razones para abrazarnos a la certeza de que el arraigo a lo propio es la primera piedra cuando, de creación, se trata.
Aprovechábamos cualquier pausa, entre una tarea y otra, para conversar. Él, por supuesto, del lado del buró donde se sienta el que más sabe; yo, del lado del que llega en busca de algo. Así florecía nuestra amistad. Mi corazón y mi conciencia iban ordenando cada detalle, cada historia hilvanados por aquel cubano nacido en un barrio habanero solo dos años después de la abolición de la esclavitud; criado en la pronunciación española de la cual conservaba todavía un ceceo suave, nada impostado. Había ido creciendo, a la manera de un árbol de la vida, animado por los más puros toques africanos mientras su oído –finísimo– se educaba de tal modo en las formas de versificación española que, ya integrado a las prácticas musicales de su barrio natal, Pueblo Nuevo, no tardó en ser designado por sus iguales como cabeza y guardador del grupo que los representaba en encuentros competitivos con otros barrios.
«Tonista» –me decía con mucho orgullo– «yo era el tonista…», refiriéndose al cuidado del lenguaje como forma esencial, y yo me regodeaba en aquella afrodisíaca oda a las butifarras de El Congo, cuya gracia y pureza encajaran de modo tan seductor en giros melódicos que el compositor norteamericano George Gershwin, de regreso de su visita a Cuba, tomó en calidad de préstamo y dejó inscritos en su Obertura cubana.
Miro lo bonito que va quedando el significativo edificio y levanto la vista, el oído y el corazón, en pos de un emblema más persistente que cualquier Giraldilla, más sagaz que cualquier Mercurio; se me juntan varias frases de aquel monarca del son habanero en cuyos dominios nunca va a ponerse el sol: «…en Catalina me encontré lo no soñado / la voz de aquel que pregonaba así: ¡échale salsita!». Y pienso, riéndome para mis adentros: «Ignacio Piñeiro Maestro solador, cuchara en mano, agarrando al vuelo la próxima melodía desde lo alto del Capitolio. ¡Qué calladito se lo tenía La Habana!».
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Ronald Casas U. (Costa Rica) dijo:
1
5 de marzo de 2019
10:10:02
Francisco Rivero dijo:
2
5 de marzo de 2019
10:38:45
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