ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Carlos Prieto (izq.) y Yo-Yo Ma (der.), durante su presentación como parte del VI Festival Leo Brouwer. Foto: Yander Zamora

Si fuera menester definir en nuestra época el violonchelo en América Latina, habría que decir un nombre: Carlos Prieto. No solo es posiblemente, por décadas, su más encumbrado intérprete en la región, sino también el que más ha hecho por promover la creación para ese instrumento de nuestros autores en el mundo.

Muy activo llega nuevamente el maestro mexicano a La Habana, donde se presentará este miércoles a las 8:30 p.m. en el teatro Martí, junto a él, su amigo Leo Brouwer. El notable compositor, guitarrista y director orquestal cubano ya lo trajo en el 2014 al VI Festival de Música de Cámara organizado por él. Fue aquella una jornada memorable: Prieto,  su no menos célebre colega, el franco-estadounidense Yo Yo Ma y el dúo Brasil Guitar, estrenaron El arco y la lira, obra especialmente compuesta por Brouwer.

Esta noche se avizora otro momento histórico. El mexicano ejecutará la Suite no. 3 en Do mayor, de Johann Sebastian Bach –difundido entre nosotros por Luis Manuel Molina en el programa Música antigua de CMBF Radio- y hará la primera audición cubana de Variación para chelo solo, de su compatriota Eugenio Toussaint. En diálogo con el público comentará pasajes de su libro –es reconocido asimismo como escritor y por tales méritos ocupa un puesto en la Academia Mexicana de la Lengua– Las aventuras de un violonchelo: historias y memorias (1998), que prologó el gran escritor colombiano Álvaro Mutis.

En ese volumen narra en el capítulo «Diez días en La Habana» su primera estancia en la Isla, en 1993.

Luego lo arroparán partituras cubanas. De su anfitrión, Leo Brouwer, llegará una selección de Canciones remotas y de Carlos Fariñas, con quien el maestro cultivó amistad y respeto, Final obligado, ambas a cargo de la Orquesta de Cámara de La Habana y su titular Daiana García.  Aldo López Gavilán regalará Suite para piano, y con la propia orquesta, la pieza concertante Costas del Mar Egeo.

Prieto (1937) se formó con probados maestros en México, Ginebra y Nueva York, pero en algún momento pensó en la música como profesión complementaria, pues estudió ingeniería en el Massachussets Tecnology  Institute, de Boston. Al final, el chelo pudo más y solo lo ha alternado con la escritura.

Le ha dado literalmente la vuelta al mundo. Solista en conciertos de la Royal Philharmonic  Orchestra de Londres y la Sinfónica de Berlín, las orquestas de cámara de la Unión Europea y la de Moscú, la American Symphony Orchestra y la Orquesta Nacional de Irlanda, la Orquesta Nacional de Buenos Aires y la Simón Bolívar de Venezuela. Recitales en el Carnegie Hall y el Lincoln Center de Nueva York, Kennedy Center de Washington; Symphony Hall de Boston; Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles; Roy Thomson de Toronto; Barbican Hall y Wigmore Hall de Londres; Salle Gaveau y Salle Pleyel de París; la Sala de la Filarmónica de San Petersburgo, el Conservatorio Chaikovski de Moscú, el Auditorio Nacional de Madrid, la Ferenc Liszt de Budapest, la gran Sala de Conciertos de Pekín. Esta es solo una lista limitada.

Conoció a Igor Stravinski –lo acompañó durante su regreso a la Unión Soviética, luego de medio siglo de ausencia– y a Dmitri Shostakovich, de quien entregó en Iberoamérica por vez primera su Concierto no. 1, y sobre quien escribió un excelente libro: El enigma Shostakovich.

Leo Brouwer compartirá escenario con su amigo Carlos Prieto. Foto: Diario Córdova

Pero su mayor acento lo ha puesto en autores latinoamericanos, comenzando por los de su México, como ha sido el caso de Eugenio Toussaint, conocido aquí por su impronta en el jazz. Prieto ha estrenado más de un centenar de obras, muchas de ellas dedicadas a él.

Gabriel García Márquez dejó testimonio de su admiración al evocar «la noche milagrosa en que descubrí el alma del chelo en las manos de Carlos Prieto». Yo Yo Ma fue categórico al decir: «Como Rostropovich, Carlos Prieto es un auténtico paladín del violonchelo». Palabras mayores.

Antes del concierto, al filo del mediodía del propio miércoles, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba otorgará al maestro Carlos Prieto Jacqué el Premio Internacional Harold Gramatges, que distingue trayectorias excepcionales en el campo de la creación e interpretación de la música de concierto y la promoción de valores éticos y humanistas a parir del ejercicio artístico.

«Es un gesto que honra al eminente violonchelista y nos honra también por tratarse de una figura imprescindible para la cultura musical latinoamericana, en el año en que conmemoramos el centenario del nacimiento de Harold», comentó el presidente de la Uneac, Miguel Barnet.

Como un reencuentro lleno de simbolismo calificó Guido López Gavilán, presidente de la Asociación de Músicos de la Uneac, el homenaje a Prieto: «Hace más de 20 años le entregué una obra mía, Monólogo, para chelo solo y tuvo la deferencia de sumarla a su repertorio».

En su libro Las aventuras de un violonchelo, el maestro da fe de buena parte de la obra de los compositores cubanos dedicadas al instrumento, desde piezas de Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla hasta las de Leo Brouwer, Carlos Fariñas, Calixto Álvarez, Nilo Rodríguez, Aurelio de la Vega, Tania León, y la ya mencionada de López Gavilán.  

INSTRUMENTO ÚNICO

Cuando viaja, el maestro reserva asiento para un «acompañante»: su instrumento. Y lo inscribe con el nombre de pasajero Chelo Prieto. Y no es para menos. El mexicano toca con un violonchelo fabricado en 1720 por el famoso lutier italiano Antonio Stradivarius. Pasó de Italia a Dublin y estuvo en manos de notables chelistas como Alfredo Piatti y Francesco, un sobrino nieto de Mendelssohn. En Alemania, según ha contado Prieto, se percató muy pronto del ambiente antijudío –que culminó con el holocausto en el que murieron más de nueve millones de judíos– y buscó una manera de llevar consigo este instrumento, dado que en ese momento se permitía salir a los artistas judíos, pero no a sus instrumentos.

«Como Francesco vivía en Berlín –explica–, se trasladó cerca de Basilea, donde músicos alemanes lo invitaron a tocar; fue a una tienda y adquirió un chelo en pésimas condiciones, una bicicleta y una bolsa de lona, con los que atravesó la frontera durante meses. Por mucho tiempo fue registrado una y otra vez, hasta que la policía nazi dejó de revisarlo y un día metió este chelo en la bolsa de lona, montó su bicicleta y con miedo pasó la frontera para no volver a la Alemania nazi. Con los años este instrumento llegó a Estados Unidos, fue puesto a la venta y por varias circunstancias llegó a mí».

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