Fue Armando Hart, ese lúcido y esencial pensador y político cubano, quien me presentó en 1991 a José Antonio Abreu en La Habana. Hart, a la sazón ministro de Cultura y con el que luego trabajaría como asesor, quiso le diera mi opinión sobre lo que podríamos o no aprovechar de la experiencia que el maestro venezolano desarrollaba en su país: la activación masiva de un programa de iniciación de niños y jóvenes en el canto coral y prácticas instrumentales.
Abreu ocupaba también el cargo de ministro de Cultura en el gabinete del segundo periodo presidencial de Carlos Andrés Pérez, mandatario que fracasaría por sus recetas neoliberales y vocación represiva dos años después. Pero lo de Abreu era, desde mucho antes, impulsar la cultura musical entre los suyos y lograba sobreponerse a coyunturas políticas. Movía montañas y las montañas venían a él.
Hart había creado en los 169 municipios existentes en la Isla, por entonces, un módulo de instituciones culturales básicas, que serían golpeados duramente por la crisis económica que se avizoraba ante la desaparición del campo socialista europeo y el previsible recrudecimiento del bloqueo de Estados Unidos.
El maestro venezolano estuvo cerca de una hora explicándome sintéticamente en qué consistía el programa y recuerdo una frase que me repitió: «La plata del petróleo ayuda, pero otros la tienen y nada hacen. La cultura requiere una voluntad empecinada».
Solo un hombre empecinado, como el que falleció en Caracas este marzo, pudo ser capaz de traducir sueños en realidades. Hizo posible lo que parecía imposible.
El despegue de la utopía tuvo lugar el 12 de febrero de 1975 en un concierto ofrecido en la sede de la Cancillería. Un año y medio antes Abreu se las arregló para dotar a los alumnos de la escuela Juan José Landaeta de instrumentos y animar a un grupo de colegas para que lo ayudaran a quemar etapas en la enseñanza de conocimientos musicales a los estudiantes. Quince niños en el primer llamado, 30 en el segundo, y al fin 75. Fue aquella la primera piedra del imponente edificio conocido como el Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela.
El Sistema se creó con la ilusión y la certeza de que los niños y jóvenes venezolanos tuvieran acceso a la educación y disfrute de la música. Los interesados no se someten a ninguna prueba de admisión, tampoco existe una selección previa. En la actualidad existen 416 núcleos y 1 340 módulos en el territorio nacional a donde se puede acudir, en dependencia de la ubicación residencial del aspirante. A principios de este año eran atendidos 787 212 jóvenes, adolescentes y niños, a quienes se les incita a experimentar, en una primera fase, con cantos, sonidos, palmadas, ritmos, flautas dulces, percusión, cuerdas y movimientos dentro de un coro. De esta manera, se empieza a canalizar la inclinación del niño hacia la orquesta sinfónica, la típica, o ambas, o su participación en una agrupación coral.
«Para mí la prioridad más importante era dar a los pobres acceso a la música –confesó–. Como músico, tuve la ambición de ver a un niño pobre interpretar a Mozart, ¿por qué no? ¿Por qué concentrar en una clase social el privilegio de interpretar a Mozart y a Beethoven? La alta cultura musical del mundo tiene que ser una cultura común, ser parte de la educación de todo».
El reconocimiento internacional no le obnubiló. Laureado como doctor honorario por 15 universidades de América y Europa, merecedor del Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el 2008 y del Premio Polar en el 2009, y Embajador de la Unesco para la Paz, esas distinciones multiplicaron sus ansias de trabajar por un mundo en el que la música enalteciera los valores humanos.
Pero lo que más le enorgullecía era ser querido por su gente. En el 2011, luego de recibir uno de los tantos premios, Hugo Chávez le escribió: «Gracias, maestro, por permitirme ayudarte desde este puesto de poder que el pueblo venezolano me ha encomendado, para que la Fundación Musical Simón Bolívar sea hoy un instrumento para el vivir bien de nuestra juventud y portadora del futuro bueno para nuestra Patria. José Antonio, la siembra ha dado buenas cosechas, y la Venezuela revolucionaria, la que se empeña en ser grande y en ser útil, tiene ya la conciencia del valor infinito de la música como bastión en la lucha por la igualdad y la felicidad de nuestro pueblo».












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Jasón dijo:
1
5 de abril de 2018
05:43:38
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