
La conmemoración del centenario del nacimiento de Enrique Hernández Armenteros fue una celebración jubilosa y ecuménica, de honda proyección cultural y cívica.
Nadie acudió a la cita, en la calle Central, del barrio de La Jata, en Guanabacoa, pensando únicamente en la jerarquía de Enriquito en el entramado de la religiosidad popular cubana, y hubo mucho más que cofrades entre los que sustanciaron la jornada.
Gente de todas las edades y colores; trabajadores, intelectuales, científicos, artistas, estudiantes y militares; vecinos y personas venidas de otras partes; y entre la multitud, Laura García Soriano, primera secretaria del Comité del Partido en Guanabacoa; la doctora Ania Lucía Lemus, presidenta de la Asamblea Municipal del Poder Popular; y el poeta y etnólogo Miguel Barnet, presidente de la Uneac.
Cierto que Enriquito, quien vivió hasta hace muy poco y partió con 99 años cumplidos (19 de febrero de 1918–22 de marzo del 2017), fue un hombre que recorrió prácticamente todos los caminos de los sistemas mágico-religiosos transplantados y cultivados en la Isla por los africanos esclavizados por la explotación colonial. Se inició en el Palo Monte, luego fue admitido en la sociedad Abakuá y sucesivamente fue consagrado en la Regla de Ocha y como sacerdote de Ifá.
Pero más allá de creencias y filiaciones, en él se reflejó la confluencia y síntesis del legado africano implícito en el crisol de la identidad cubana. África se reconoce mediante su trayectoria tanto en los ancestros bantúes y yorubas, como en los procesos de mestizaje que apuntan a la configuración del color cubano anticipado por Nicolás Guillén.
Enriquito se alegró en su día por el reconocimiento universal del sistema de adivinación de Ifá y del complejo de la rumba, proclamados en el 2008 y el 2016 respectivamente como Patrimonio Mundial Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, pero mucha mayor alegría le embargaba al saber que esos valores culturales eran preservados y defendidos por una revolución que soñó en tiempos difíciles y abrazó como si fuera su propia creación.
Por eso trabajó siempre por la unidad de la nación y sus hijos y allegados lo hicieron saber entre toques sagrados y profanos, quienes aprovecharon la celebración para ratificar la importancia del voto unido el próximo 11 de marzo, durante los comicios para la elección a los diputados a la Asamblea Nacional y los delegados a la Asamblea Provincial del Poder Popular.
«Creo en Fidel», dijo más de una vez. Testimonios gráficos de esa identificación se hallan desplegados en la casa, donde las fotos con el Comandante en Jefe y otras con Raúl, ocupan un sitio prominente. También está la imagen del líder comunista y obrero Jesús Menéndez, con quien compartió vecindad y amistad en el pueblo natal de ambos, Encrucijada, en la actual Villa Clara.
«Es hermoso y revelador que Guanabacoa recuerde a uno de sus hijos más queridos, puesto que se asentó aquí y marcó para siempre el destino de la villa», expresó Miguel Barnet.
Y añadió: «Ernesto Lecuona, Rita Montaner y Bola de Nieve son íconos de Guanabacoa. Pero también lo es Enriquito, pues dejó una huella en la espiritualidad y ese necesario sentido de pertenencia que desde lo local ilumina la Patria toda.
En cada localidad deberíamos rastrear y exaltar esos símbolos que constituyen fundamentos culturales de nuestra unidad».












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Lesmes La Rosa dijo:
1
27 de febrero de 2018
09:31:03
JC dijo:
2
27 de febrero de 2018
10:05:27
gertrudis mc kenzie malcolm dijo:
3
27 de febrero de 2018
10:23:31
Robert dijo:
4
27 de febrero de 2018
11:40:58
avb dijo:
5
27 de febrero de 2018
18:01:28
Dairon ahijado de Enriquito dijo:
6
26 de agosto de 2019
01:33:00
osvaldo Rodriguez Mendez dijo:
7
4 de junio de 2020
07:19:57
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