Cuando leí El columpio, de Rey Spencer, no pude menos que acordarme del antológico poema donde Jesús Cos Causse relata cómo su abuelo Braulio paseó el Caribe y llegó a Cuba en una calabaza. Así tocaron suelo cubano, la familia Spencer y los refugiados de St. Ann´s Bay, en la goleta Elizabeth, durante la llamada Danza de los Millones, aunque a ellos solo les dejarían la danza.
Un huracán había barrido la pequeña comunidad de la vecina Jamaica. Ya se sabe: el Caribe es tierra de huracanes y de diásporas. Por ahí comienza una historia que Marta Rojas sabe enhebrar con el hilo inasible de las palabras, a partir de un rejuego temporal que une cartas, recuerdos y diarios… con pantallas, semiconductores y virus informáticos.
Confieso que cuando leí algunas consideraciones sobre El columpio, de Rey Spencer, fui a las letras algo escéptico; no por dudar del calibre de la autora de El harén de Oviedo, Inglesa por un año y Santa lujuria, sino porque me pregunté cómo armonizaría Bill Gates con la historia contada.
El columpio, de Rey Spencer, se publicó por primera vez en 1993 por la Editorial Cuarto Propio (Chile), en medio del llamado “periodo especial” en el país. Tuvo su segunda edición por la Editorial Letras Cubanas, tres años después. La autora apostó para esta tercera aparición a Ediciones Santiago, como un homenaje a su ciudad natal que cumple este año, su medio milenio de fundada.
La historia está teñida de la sangre y el sudor dejado en los cañaverales de la Isla por haitianos o jamaicanos; mas su eje central es la relación de la joven jamaicana Clara Spencer con el médico de ascendencia francesa, Arturo Cassamajour. Es más, se trata de la construcción de una familia en un ambiente adverso, de hipócritas convenciones sociales y de una feroz explotación. Sin embargo, la amistad y el amor lo sobrevuelan todo.
Marta Rojas es santiaguera y el entorno de esa ciudad asoma por doquier. Santiago de Cuba novelada desde el sabor inconfundible del prú, las calles, la Fuente Luminosa y el Paseo Martí, los pasteles y sastrerías de ascendencia francesa; tanto como los ingenios orientales, los intentos de organización de los braceros y las diásporas de los nuevos tiempos.
La autora es contenida en una narración rica en aconteceres históricos. Sabe esquivar las lágrimas gratuitas y el tambor fácil, los folclorismos en boga que suelen dejar en la epidermis esa cópula gigantesca y secular entre África y el Caribe, entre Cuba y el Caribe.
Será acaso que Marta viene desde la otredad: desde el mestizaje, desde la voz interior y femenina, desde el periodismo y la historia, desde la costa oriental, desde la condición caribeña. El columpio, de Rey Spencer es, acaso, pórtico a una obra ficcional que alcanzará otras dimensiones en títulos ya citados.
El columpio… es un buceo por la huella de la emigración antillana en la cultura cubana. Es la devolución de un cosmos que refundió pieles y espíritus, que redefinió el ser oriental y el ser cubano, que regó con la generosidad de un afluente, el cauce de la identidad nacional. Todo, por supuesto, a la manera de Marta Rojas.
COMENTAR
Responder comentario