
Enrique Molina nunca pensó ser actor. Ni de niño, ni de adolescente, ni en su temprana juventud. No hubo en su infancia nada parecido al “bichito del arte”, “inclinación artística” o algo semejante. Hubo —eso sí— muchas carencias. Criado en Bauta por sus abuelos paternos, junto a nueve primos y huérfano de madre, Molina recuerda la precariedad de la época, “todavía tengo la imagen de mi abuela comiendo en un platico de una taza de café con leche para que la comida alcanzara. La vida era muy dura”.
Pero a los 16 años, después del triunfo de la Revolución, se fue con su abuela a Santiago de Cuba y todo cambió. “Ahí comenzó mi vida, tuve mis primeras experiencias en todos los sentidos y fue donde algunos comenzaron a descubrir que tenía posibilidades de ser actor”, dice.
Con el espíritu inquieto de la juventud y en busca de una mejoría económica (en la cafetería donde trabajaba pagaban 69 pesos y la remuneración de los actores era de 150) se atrevió a presentarse a la convocatoria de actuación del Conjunto Dramático de Oriente. No formaban parte de su formación ni Stanislavski, ni Brecht, ni nada cercano a la palabra dramaturgia o al entorno teatral.
Lo suspendieron en la primera prueba. A los dos días volvió a intentarlo y no tuvo que ir a una tercera vuelta. El talento natural, ya sabemos, es una criatura difícil de encontrar.
Hoy, Molina es uno de los actores más populares de la televisión y del cine cubano. Reconocido por su versatilidad y naturalidad, habita en él una increíble capacidad para desempeñarse en géneros diversos, con íntegra comprensión de los registros y resortes para no pasarse o quedarse a medio camino.
Intérprete de carácter, de fuerte presencia, podría pensarse que vamos a encontrarnos con un hombre serio y distante… pero ocurre que no es así: Enrique Molina es una persona con un gran sentido del humor, un ser acogedor y auténtico al que le apasiona su vida, la actuación, su familia, y que, en sus ratos libres, va al gimnasio. Alguien que vive en un permanente estado de entusiasmo y laboriosidad.
—¿Cómo fueron los inicios en el Conjunto Dramático de Oriente?
—Yo entre ahí sin saber quién era García Lorca, ni Shakespeare. Empecé a darme millones de cabezazos y pasé muchísimo trabajo y vergüenza. Hice algunas cosas muy pequeñas y creo que la única vez que actué en una obra de teatro que tenía alguna responsabilidad fue Tres historias para ser contadas, que dirigió Miguel Lucero y, si sufrí para hacer ese personaje, más sufrió él porque lo mío era terrible.
“Luego pasé dos cursos, uno de dramaturgia que suspendí y otro aquí en La Habana, con Humberto Arenal, que también desaprobé. Cuando regresamos me dije “voy a tener que regresar a la gastronomía”, pero me salvó la campana porque estaban haciendo audiciones para pasar a la plantilla de Tele Rebelde y entonces pasé a la televisión”.
—Fuera de ahí, ¿algo más en el teatro?
—Una vez aquí en La Habana, Michaelis Cué me vino a buscar porque tenía una obra, Juego eterno, que protagonizaba Vicente Revuelta que estaba enfermo. Faltaban quince días para el estreno y Michaelis vino a verme para que asumiera el personaje. Lo acepté. Hice la obra en nueve ensayos. Después no quedé satisfecho porque no nos dieron posibilidades de presentar la obra más tiempo.
—Lo hemos visto en los más disímiles papeles, tanto positivos como negativos ¿Cómo se prepara para interpretar un personaje?
—Mira, yo nunca en mi vida me he leído un libro de Stanislavski. Te voy a hacer una anécdota. En aquella época en Santiago, cuando me desaprobaron el curso de dramaturgia, Raúl Pomares me dijo: “el problema tuyo no es que seas bruto, el problema es que no entiendes nada, te aconsejo que sigas así silvestre y que no se te ocurra leer un libro porque no vas a entender nada y te vas a embarcar”. Y ya ves, se murió Pomares —desgraciadamente— el otro día, pero le fui fiel a eso que él me dijo.
“Para el personaje, me leo el guion, converso con el director, si puedo, también, con el guionista y después hago mi versión del personaje. La discuto, y si tengo la posibilidad de aportarle algo, perfecto, si no pues me limito a lo que quiere el director. Estudio la sicología del personaje, empiezo a crear con relación a cómo me imagino que debe ser”.
—¿Hay algún personaje que le haya costado trabajo asumir?
—Sí, claro. Yo he tenido la suerte de poder interpretar personajes históricos reales. Lenin, por ejemplo, en El carillón del Kremlin, que dirigió Lilliam Llerena, me costó mucho esfuerzo, mucho sacrificio.
—Bueno, ahora que llegamos a los papeles difíciles, Martí, ¿qué significa en su vida?
—Para mí significa nuestra razón de ser como cubanos. El proyecto de interpretar a Martí apareció después de hacer los cinco relatos sobre Lenin y la televisión se propuso hacer lo mismo pero aquello fue creciendo al punto de que se convirtió en un proyecto de 15 películas que iban a ser filmadas en 16 milímetros.
“Bajé 42 libras, me hice varias cirugías durante siete meses. Lilliam Llerena estuvo a mi lado leyéndome las cosas que debía conocer sobre Martí porque la tarea mía era interpretarlo como actor.
“Después salí del hospital y estuve casi dos años trabajando incansablemente. Era muy difícil porque cada cubano tiene a un Martí en su imaginación. Llevábamos muchos meses de trabajo y llegó lo que nunca debió llegar, suspendieron el proyecto por falta de presupuesto. Ya iba a comenzar el periodo especial. Sufrí muchísimo con eso”.
—Caemos, entonces, en otra figura: Silvestre Cañizo.
—El que más he amado. No sé si tendrá que ver con la popularidad, pero de disfrutarlo, de gozarlo —y para mí la actuación es mi goce—, ese fue Silvestre Cañizo. Le entregué mucho a ese personaje y lo disfruté durante diez meses de grabación. Si bien me costó algún sacrificio me dio muchas satisfacciones, al punto de que todavía la gente en la calle me llama Silvestre. Son esos trabajos que hacemos los actores que llegan al público, pasan los años y eso se queda ahí.
—En La otra esquina lo vimos en la piel de la tercera edad, también en la película Esther en alguna parte. ¿Qué conflictos le gustaría que se abordaran más de esa etapa de la vida?
—Lo primero que tienen que hacer los medios, la televisión fundamentalmente, es hacer aparecer más en la pantalla a la tercera edad. Yo estoy muy agradecido de esta novela porque hizo aparecer a unos cuantos actores de la tercera edad, algo que no es muy común en una telenovela y creo que esa es una de las cosas en las que hay que hacer conciencia.
“Se le da mucha importancia a través de la prensa escrita, en los informativos, pero se debería tocar más en los dramatizados, sobre todo los conflictos que se pueden tener en esta etapa de la vida, que no son pocos”.
—¿Qué otro tipo de rol le gustaría interpretar?
—No sé, creo que haciendo personajes bien cubanos me da lo mismo que sean positivos o negativos.
—Tuvo la posibilidad de hacer televisión en vivo y ahora estamos en el mundo del video, ¿cuán diferente es el trabajo hoy?
—Tuve la suerte de participar en la primera serie que se hizo en Cuba en video tape que la dirigió Eduardo Moya. Un día estábamos en la filmación y el mismo Moya nos dijo “este sistema de video va a encarecer enormemente a la televisión cubana”. Así ha sido, han pasado los años y el video por un lado la ha modernizado, pero por otro la ha encarecido.
Nosotros teníamos en la década del 70 una cantidad enorme de programas. Hacíamos un programa que duraba media hora en el aire y hacerlo nada más llevaba media hora.
“Ahora para hacer un programa de media hora se necesita una semana para grabarlo, técnicos, producción. El presupuesto no alcanza casi ni para una telenovela y cuesta un sacrificio enorme hacerla.
“Trabajar en la televisión en vivo daba un entrenamiento diario. Ese nivel de concentración es importante para la memoria del actor, pues te desarrolla, te disciplina en el sentido que le das valor al trabajo, a la responsabilidad social y profesional”.
—¿Cómo le gusta que lo dirijan?
—De manera muy exigente, sobre todo en cine. Si el director no me exige, estoy perdido. Conmigo mismo también soy muy exigente, soy obsesivo con el tema de la disciplina. No recuerdo algún momento —y ya me jubilé— en que yo haya llegado tarde a un ensayo.
—Esta es una pregunta un poco tópica: ¿mejor el cine o la televisión? ¿En cuál de los dos se siente más cómodo?
—Más cómodo en el cine, se trabaja con más calma, con más cuidado… uno siente que todo el que te rodea, cuando estás en los preparativos de una película, le está dando un respeto al trabajo.
—¿Se ve actuando con 80 años ?
—No, yo me veo con muchos más años actuando. Voy a ser un viejito jodedor, y no voy a dejar de joder hasta el último aliento.
“Eso espero de la vida y que mis hijos y mis nietos, tengo una familia grande —cinco hijos, 12 nietos, cuatro bisnietos— sean felices, que puedan criar a sus hijos y a sus nietos respectivamente con la misma satisfacción y placer con que yo los he tenido a ellos”.












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Mario dijo:
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3 de abril de 2015
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Emma Gómez Argueda dijo:
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luis alberto hernandez cabrera dijo:
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Juan Carlos dijo:
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