
La mejor Geraldine Chaplin —a veces tan desaprovechada— aparece en Dólares de arena, excelente filme de la dupla Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas que compite por República Dominicana. La historia adapta de manera bastante libre una novela que recrea un lugar, junto al mar, donde turistas de cierta edad, procedentes de Europa, acuden a buscar lo mismo tranquilidad espiritual que compañía afectiva.
Tema recurrente, prostitución-visitante extranjero, que muchas veces no logra superar estereotipos, pero tratado por los directores con una sensibilidad extrema que hace recordar aquella Muerte en Venecia (Visconti, 1970) concebida a partir de la novela de Thomas Mann.
Añeja y con bastante dinero, el personaje de la Chaplin conoce allí a una joven buscadora. No le interesa. El rayo de la atracción la domina y está dispuesta a pagar por sus favores y a consentir con tal de llevársela a Francia. Sale a relucir entonces la humanidad con que los realizadores delinean a sus personajes, enfocados a partir de un convincente naturalismo, asumido tanto por Geraldine como por la pareja de jóvenes dominicanos, Yanet Mojica y Ricardo Ariel Toribio, que no son actores profesionales, ¡pero vaya si convencen!
La muchacha tiene un novio aprovechado, pero que la ama, y en la incertidumbre de si se va o se queda transcurre la historia, mientras el pedido de dinero a la dama enamorada no cesa. Entran a jugar los trastornos sentimentales de los personajes en conflicto y la Chaplin se luce en el tránsito de sus tristezas y euforias, sabedora ella de que al final de las emociones solo quedará la soledad y, si acaso, un buen recuerdo (de ahí la manera en que el personaje acepta el punto final de la historia).
La colombiana Los hongos trae la historia de dos muchachos amantes del grafiti que en su ir por la ciudad de Cali —como asegura la sinopsis— “como dos hongos, contaminarán su entorno con una inmensa libertad”.
Suerte de película de camino, Oscar Ruiz Navia concibe un filme que, mezclando realidad y ficción, muestra una realidad social en la que sobresalen personajes representativos de diversas épocas y costumbres, y deja ver la reacción de una juventud inconforme frente a una autoridad policíaca que la reprime.
Buenos momentos de humor y de relaciones interpersonales surgidos de las peripecias de los muchachos, y otros en que la espontaneidad de la acción documental resulta algo reiterada. Pero una buena forma de abordar temas sociales y humanos desde una perspectiva fílmica que sale a buscar a partir de lo poco convencional.
Una película de guerra realizada con todas las de la ley es Ruta 47, de Vicente Ferraz, que trata de la participación de miles de soldados brasileños en la Segunda Guerra Mundial, luchando contra el fascismo, un hecho nunca antes recreado en la pantalla grande con tanta magnificencia.
La estructura dramática se afinca en un estilo clásico del género y permite apreciar la alta profesionalidad con que fue concebido el filme, narrado en primera persona por uno de sus participantes y con escenas documentales de la época que le impregnan una impronta de autenticidad.
Pánicos iniciales se conjugan con la decisión de salir adelante en el combate y cumplir la misión de liberar de minas una zona italiana, que debe ser transitada posteriormente por el ejército norteamericano. Todos esperan en el lugar la llegada “de los americanos”, pero son modestos soldados brasileños los que asumen la tarea que posteriormente —y el filme lo desliza con fina ironía— será atribuida a los salvadores cinemato gráficos de siempre.












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