Los días hasta ahora transcurridos en el 36 Festival han permitido apreciar no pocas calidades en los filmes concursantes, lo cual habla en favor del trabajo previo de selección.
Recurriendo al teatro dentro del cine, Traigo conmigo (Tata Amaral) cuenta acerca de una herida todavía abierta en su país, y que no es otra que los crímenes cometidos durante la dictadura militar brasileña (1964-1985), aún no condenados jurídicamente. De ahí que cuando en su combinación de documental-ficción hablan protagonistas de aquellos tiempos y mencionan a militares implicados, el filme acalla sus nombres porque —como se explica en los créditos finales— los asesinos pudieran encausar a los realizadores.
Traigo conmigo narra la historia de un director de teatro que fue parte de la lucha armada y prepara una obra para recordar lo que quiso olvidar. Funciona en sus propósitos de denuncia y evidencia cómo las nuevas generaciones tienen una idea torcida de lo que fueron aquellos días de combate, pero deja ver desniveles en su dramaturgia.

De la venganza por mano propia habla Matar a un hombre, sólida tercera entrega en largos del chileno Alejandro Fernández Almendras. Por momentos, uno puede asustarse creyendo que la cinta enfilará por aquellas historias norteamericanas del vengador anónimo, a lo Charles Bronson, de los años ochenta, ¡pero ni pensarlo!
Estamos en presencia de un filme con un estilo de narración muy propio y una historia (basada en hechos reales) contada en unos tonos de desasosiego finamente elaborados. El propio título anuncia que habrá un asesinato, el que ejecutará un tímido padre de familia con tal de liberar a los suyos de las agresiones y acosos de un malhechor de barrio. El hombre ha ido una y otra vez a formular las denuncias correspondientes, pero el accionar de las autoridades se pierde en los vericuetos de la burocracia. Crítica social, sí, pero lo que le interesa al director es armar un cuadro de decisión humana en situación límite y su posterior desenlace moral. Una manera diferente, y hasta aleccionadora, de tratar uno de los temas más frecuentados por el cine de Hollywood, la venganza.
Y de Relatos salvajes, del argentino Damián Szifrón, no pudiera decirse mucho más de lo que ya saben aquellos espectadores que la han convertido (junto a las películas cubanas) en el filme “a cazar” de este 36 Festival. Seis historias asombrosas y llenas de absurdos que concretan su excelencia artística en la habilidad del realizador para hacerlas creíbles. Combinación de violencia y humor negro sin tiempo para el respiro y, lo principal, con la capacidad de no ser adivinadas en su trayectoria narrativa.
No es un puro divertimento por cuanto los relatos se derivan de situaciones que surgen de un mundo demasiado frágil, nervioso y presto a resolver mediante la alteración y la violencia situaciones difíciles que pudieran ser habladas y negociadas.
Por supuesto que habrá preferencias en esos seis cuentos que se van volando en el metraje, pero si de enumerar se trata, señalo dos, el de los conductores que dirimen sus diferencias en medio de la carretera, y el último, la boda, con unos giros dramáticos impensables y un final de absurdos que solo viéndose se podrá apreciar en su rotundez artística.












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