
Concluyó sus días sin poder ir al cine.
Él mismo se encargaría de explicar cuánto sufría, porque mientras el filme empezaba a correr en la sala oscura, los espectadores, ávidos de autógrafos, no lo dejaban entrar.
¿Recurso? Ver películas en proyecciones privadas, pues en la televisión, ni pensarlo (lo cual no niega que haya hecho adaptaciones para la pequeña pantalla).
Su insistencia en el arte cinematográfico desde edades tempranas hace pensar que su primer afán fue convertirse en cineasta a tiempo completo.
Muy joven, en Barranquilla, los fantasmas del surrealismo lo seducen (al punto de marcar su obra literaria) y realiza, junto a un grupo de amigos, el cortometraje La langosta azul (1954).
En 1955, una mano atrás y otra alante, se va al Centro experimental de cinematografía de Cinecittà, en Roma, a estudiar (“lo único que estudié”) cine.
Lo que aprendió fue decisivo para la labor cinematográfica que emprendería en México como escritor y ¡actor!, esto último si se tiene en cuenta su presencia en En este pueblo no hay ladrones (Alberto Isaac, 1965), donde se le puede ver junto a Luis Buñuel y Juan Rulfo.
No sería la única vez, pero tenía claro que lo suyo —-no obstante la sonrisa cautivadora—estaba, en todo caso, detrás de las cámaras.
Estuvo años en México durante los cuales trabajó en la escritura de varias películas sin que su nombre, al igual que hicieron otros intelectuales de prestigio, resaltara en los créditos. Ahí están, entre no pocas, El gallo de oro (Roberto Gavaldón, 1964) y Tiempo de morir (Arturo Ripstein, 1966).
Después llegaría la explosión literaria del cineasta-periodista-escritor: novelas, cuentos, triunfos y galardones sin respiros, y el interés de los realizadores por llevar su obra a las pantallas.
Pero no tardaría en repetirse la conocida historia de los amores imposibles entre la literatura y el cine, más sensible en el caso de García Márquez por ser él mismo un cineasta (y excrítico de cine) con el ojo entrenado para desmenuzar el motivo de sus descontentos.
Con cada nueva película en cartelera, los amantes de su literatura acudieron a los cines deseosos de encontrarse con el milagro. Una, un poquito más, otra, un poquito menos, pero ninguna sin alcanzar la estatura de la página escrita, y no pocas, verdaderos desencantos.
Lo mismo le había sucedido a Hemingway y a Carpentier, para no seguir con una larga lista, solo que ninguno de ellos llegó a involucrarse en la adaptación de sus obras con la intensidad del colombiano.
Además del amor por el cine, lo hizo sabedor de que sus historias, coronadas por el realismo mágico, no resultaban nada fáciles de ser adaptadas en imágenes pletóricas de atmósferas fantasiosas ligadas con escenas reales, en medio de las cuales los personajes literarios más increíbles cobraban una verosimilitud abrumadora.
Y una dificultad mayor: al ser un autor muy leído, aquellos personajes y hechos cruzados en peripecias a lo largo del tiempo ya tenían un rostro y un tono narrativo en la mente de los espectadores, soñadores ellos que acu-dían al cine dispuestos a comprobar que la película de turno no defraudaría lo asentado en la imaginación.
No se trataba entonces de trasponer en imágenes la ascensión de Remedios la bella, sino de hacerlo captando el impacto poético del libro, un reto para magos realizadores.
De ahí que García Márquez se resistiera a venderle a Hollywood Cien años de soledad. “Ellos quieren saquear la novela para sacar el caso de Aureliano Buendía, el caso de Remedios, etc. —dijo en una entrevista publicada en La Habana, en 1979— en una especie de serial, pero yo no he aceptado porque prefiero que la gente siga imaginando a los personajes tal como son”.
En La Habana dirigió un taller de guiones, fue uno de los fundadores de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, se le vio a menudo en los Festivales; en 1985 se le eligió presidente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (“aceptamos donaciones”, fue una célebre frase suya) y junto a la literatura —hasta el último momento— el cine lo engatusó con la alegría de los fieles apasionados.
Principales obras de García Márquez adaptadas al cine
Memoria de mis putas tristes (2011), Henning Carlsen
El amor en los tiempos del cólera (2007), Mike Newell
Los niños invisibles (2001) Lisandro Duque (co-guion de GGM)
El coronel no tiene quien le escriba (1999), Arturo Ripstein
Edipo alcalde (1996), Jorge Alí Triana (co-guion de GGM)
Cartas del parque (1988), Tomás Gutiérrez Alea (co-guion de GGM)
Fábula de la bella palomera (1988), Ruy Guerra (co-guion GGM)
Milagro en Roma (1988), Lisandro Duque (co-guion GGM)
Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988), Fernando Birri
Crónica de una muerte anunciada (1987), Francesco Rosi
Tiempo de morir (1985) de Arturo Ripstein (co-guion GGM)
Eréndira (1983), Ruy Guerra
El año de la peste (1979), Felipe Cazals (co-guion GGM)
María de mi corazón (1979), Jaime Humberto Hermosillo
La viuda de Montiel (1979), Miguel Littín
Presagio (1974), de Luis Alcoriza (co-guion GGM)
Patsy mi amor (1968), Manuel Michel
Juego peligroso (1966), Luis Alcoriza y A. Ripstein (co-guion GGM)
Tiempo de morir (1966), Arturo Ripstein (guion de GGM)
En este pueblo no hay ladrones (1965), Alberto Isaac












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