
Con este sugerente título Rolando Rodríguez nos entrega su más reciente producción historiográfica, que constituye un nuevo capítulo de la saga monumental inaugurada por él en 1998 con Cuba: la forja de una nación.
La revolución que no se fue a bolina nos presenta en apretada síntesis la figura patológica de Gerardo Machado y su tiranía, las causas y los momentos salientes de la Revolución de honda raíz popular que lo derribó del poder, la acción revolucionaria del 4 de septiembre y la vida efímera de la Pentarquía, para luego ofrecernos, mediante un relato circunstanciado de los acontecimientos y su análisis integral, una pintura mural de las 127 jornadas del Gobierno de los Cien Días y el golpe de Estado reaccionario del 15 de enero de 1934. Sustentada en una imponente masa de información documental, bibliográfica y testimonial, esta obra es, sin duda, el acercamiento más completo conocido hasta hoy sobre el trascendental experimento revolucionario cubano.
No es la de Rolando Rodríguez una mirada complaciente, ni maniquea, ni simplificadora de la Historia; pero tampoco fría, imparcial o de-saprensiva. En consecuencia, se interna en el hecho histórico, como si en él participara, y nos lo cuenta disfrutándolo, sufriéndolo o, simplemente, observándolo, pero siempre desde adentro y con la mayor objetividad posible.
Así encontramos en esta obra pasajes apasionados, como cuando, a falta de justicia, sonó “la misteriosa hora de la venganza” y los justicieros cobraron las ofensas de los esbirros y personeros del machadato;[i] conmovedores, como la manifestación para el entierro de las cenizas de Julio Antonio Mella y la horrenda masacre perpetrada por la soldadesca batistiana; dramáticos, como el combate del Hotel Nacional, donde se habían agrupado los oficiales machadistas, o el ataque al bastión contrarrevolucionario del Castillo de Atarés; lamentables, como el frustrado intento de juzgar a Batista por traición a la patria debido a su conspiración con Sumner Welles; deplorables, como la abyecta sumisión de ilustres personajes y revolucionarios aparentes a los designios de los procónsules imperiales Welles y Jefferson Caffery; patéticos, como el injustificable sectarismo del Partido Comunista que condujo a la división permanente de la vanguardia revolucionaria, causa entre las principales del fracaso del Gobierno de los Cien Días; luminosos, como los viriles enfrentamientos de Antonio Guiteras con los monopolios yanquis y aquellos decretos propuestos por él y aprobados por Ramón Grau San Martín, que “como enormes martillazos iban rompiendo lentamente” la gigantesca maquinaria imperialista que ahogaba al pueblo de Cuba”. El fruto de esta mirada desprejuiciada y panorámica es una imagen caleidoscópica que refleja, de cuerpo entero, la República maltrecha y gallarda de que nos hablara Cintio Vitier.
Rolando Rodríguez no elude, ni trata con ligereza los numerosos sucesos de la época investigada, por muy escabrosos que hayan sido. Por el contrario, los aborda en su rica complejidad y los juzga, pero también ofrece la información y los argumentos de que dispone, para que el lector pueda formarse su propio juicio.
Muy interesantes resultan los documentos —en su mayoría inéditos— de la embajada de los Estados Unidos en Cuba, del Departamento de Estado y de la Inteligencia militar yanqui, de los cuales saltan a la vista dos elementos novedosos y nada halagüeños para la diplomacia y el espionaje imperiales: 1) Los reportes falaces e insidiosos de Benjamín Sumner Welles sobre la situación cubana, tendentes a provocar la intervención militar yanqui, a sabiendas de que tal acción no se avenía con la política de “Buena Vecindad” hacia América Latina del presidente Franklin Delano Rossevelt. La única explicación de esta conducta —motivo de alguna reconvención presidencial— es la frustración de Welles tras los sucesos del 4 de septiembre, que lo tomaron por sorpresa e hicieron fracasar su operación mediacionista, 2) Los frecuentes errores, imprecisiones y disparates sobre hechos, situaciones y personas, que ponen en tela de juicio la profesionalidad de sus autores y el supuesto buen conocimiento que tenían sobre la realidad de Cuba.
Todo esto encontrará el lector en La revolución que no se fue a bolina. Pero hallará también, en toda su extensión y contextualizada, la profunda obra transformadora que se propuso y comenzó a realizar el Gobierno de los Cien Días; labor positiva emprendida a pesar de las debilidades consustanciales con la heterogeneidad del propio Gobierno y la oposición sistemática —en absurda e indeliberada coincidencia— de la derecha, la izquierda y el imperialismo yanqui, que no le dejaron un instante de reposo.
Carleton Beals, periodista norteamericano que conoció y admiró a Guiteras, calificó al Gobierno de los Cien Días como “romántico y nacionalista sin programa definido”, pero también como el primero en la historia de Cuba “de origen puramente cubano”.[ii]
Luis Buch, fiel seguidor de Guiteras y de Fidel, aseguró que en todo el siglo XX cubano, hasta el triunfo de la Revolución Cubana, nunca se hizo tanto por el país y por las clases trabajadoras de Cuba como durante el Gobierno de los Cien Días, y la mayor parte de este mérito histórico corresponde a Antonio Guiteras”.[iii]
Para Rolando Rodríguez, el Gobierno de los Cien Días fue el “más progresista que había tenido la república”, pues en solo 127 días cambió la historia de la Isla e “hizo una revolución que dejó huellas perpetuas que trascenderían a 1953”.[iv]
El Gobierno de los Cien Días fue la etapa culminante de la Revolución del 30. Entonces, ¿se fue o no a bolina esta Revolución?
Antonio Guiteras, en su conocido artículo “Septembrismo”, nos dejó estas palabras proféticas: “A pesar del quebranto, el gesto del Gobierno de Grau no ha sido estéril [...] Esa actitud rectilínea, mostró un mundo de posibilidades al pueblo de Cuba, […] la senda de la revolución verdadera. Esa posición erguida mostró a los revolucionarios el camino. Esa fase de nuestra Historia es la génesis de la revolución que se prepara, que no constituirá un movimiento político con más o menos disparos de cañón, sino una profunda transformación de nuestra estructura económico-político-social”.[v]
Meses después del asesinato de Guiteras, Pablo de la Torriente Brau escribió: “Ha pasado un año desde aquella caída épica de El Morrillo. La Revolución dobló la rodilla y siguió adelante. Y seguirá siempre, por encima de todas las caídas”.[vi]
Estas palabras son valederas también para la Revolución del 30 que, decididamente, no se fue a bolina.
[i]. Rolando Rodríguez: La revolución que no se fue a bolina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013, p. 46.
[ii]. Rolando Rodríguez: Ob. cit, p. 679.
[iii]. Reinaldo Suárez: Un insurreccional en dos épocas. Con Antonio Guiteras y con Fidel Castro, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 29.
[iv]. Rolando Rodríguez: Ob. cit., p. 708.
[v]. Hortensia Pichardo: Ob. Cit.,p. 383.
[vi]. Pablo de la Torriente Brau: Hombres de la Revolución, en Antonio Guiteras: 100 años, Selección de Ana Cairo, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2007, p. 92.
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Daniel Noa dijo:
1
12 de septiembre de 2014
08:41:24
rfs dijo:
2
12 de septiembre de 2014
12:08:06
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