Tras veinticinco años sin llevar a la escena una ópera completa, el Teatro Lírico Rodrigo Prats, de Holguín, bajo la dirección general de Conchita Casals, presentó, en el teatro Suñol, la ópera Cavalleria rusticana de Mascagni, los días 24 y 27 de julio.
Yo al menos, no tengo dudas de que Cavalleria rusticana es la gran tragedia mediterránea de la ópera realista o verista italiana, y como tal, heredera de la tragedia griega, con su unidad de acción, de tiempo y de lugar. Además, Cavalleria rusticana es una de las poquísimas óperas, como el Macbeth de Verdi y el Boris Godunov de Musorgsky —en su versión original—, en las que no existen escenas de amor ni de romance. Y todas esas singulares características de la obra de Mascagni se revelaron en este montaje teatral.
A eso contribuyeron la escenografía, limitada a tres paredes grises, cuyos movimientos recrearon cada espacio de la plaza, la taberna y la iglesia; así como el vestuario, en blanco y negro, salvo la faja roja de Turiddu y los zapatos de Lola, del mismo color, con su significado de pasión, sangre y muerte, lo que fue subrayado en la inusual e impactante escena final, con la inesperada muestra del cadáver.
A esta concepción estética del montaje, alejada de la atmósfera de un accidental conflicto pueblerino al que tanto se acude en esta obra, contribuyó la función escénica del coro, acentuando la presencia del coro trágico del antecedente griego, lo que por cierto fue realizado de manera admirable, en lo vocal y lo dramático por los miembros del Coro del Teatro Lírico de Holguín. Igual ejemplo de integración al montaje y resultado artístico ofrecieron los músicos de la Orquesta Sinfónica de Holguín, bajo la dirección del maestro italiano Walter Themel, quien trasladó a los músicos su experiencia y dominio de la dirección operística —que es mucho más difícil de lo que algunos suelen suponer—, y extrajo de esta partitura toda su esencia dramática y su trágica emotividad con una batuta segura y clarísima, y con gestos sugerentes que encontraron la respuesta adecuada en un colectivo musical que en cada ocasión nos da muestra de su creciente de-sarrollo sonoro y artístico, a pesar de que no cuenta aún con todos los requerimientos materiales necesarios.
En cuanto al elenco de solistas que asumió los personajes de la obra, merece un especial reconocimiento, primero, por su absoluta integración a la línea dramática trazada por el director teatral Baesler, y segundo, por sus prestaciones vocales. En lo que, teniendo en cuenta que hubo dos repartos, uno para cada día, proyectaron sus propias características individuales.
En el personaje de Santuzza, la soprano italiana Lucia Premerl ofreció, en su canto y su actuación, un personaje sufrido hasta la médula, con una voz de resonancia dramática y con graves estremecedores. La soprano Vilma Ramírez, en ese mismo papel, hizo una Santuzza que exteriorizó más su dolor y con más rebeldía. El tenor Yuri Hernández cantó el Turiddu con la bizarría que exige uno de los grandes papeles fuertes de la ópera italiana, violento cuando fue necesario y suplicante en su intercesión por Santuzza antes de partir al duelo.
El barítono Víctor Valdés, como el cochero Alfio, hizo presente la plenitud de su instrumento vocal y resultó un Alfio vital, maduro y contenido en sus reacciones. El Alfio del barítono Alfredo Mas, de sonido más lirico, realizó convincentemente al marido engañado que mata para rescatar su honor. En cuanto a las intérpretes de Lola (Claudia Aguiar y Betsy Remedios), y las de Mamma Lucia (Dayami Pérez y Liudmila Pérez) —la otra gran sufriente de la tragedia junto con Santuzza—, redondearon la homogeneidad espiritual de la intención trágica de la puesta en escena.
Y, para concluir, quiero señalar la importancia que adquirió en estas funciones de Cavalleria..., el aporte de los subtítulos en español, lo que permitió al público seguir línea a línea el texto del libreto con su poética y hasta su violencia de lenguaje. La valoración final no fue el resultado de la suma de cada uno de esos factores, sino de la integración absoluta de ellos en una realidad estética que no siempre se logra en una función de ópera, tal como ocurrió en el teatro Suñol, una realidad difícil de olvidar para los que estuvimos allí, en ese lugar y en ese momento afortunados.












COMENTAR
Giovanni Duarte dijo:
1
28 de julio de 2014
23:06:53
Responder comentario