Acurrucados sobre los peñascos que atraviesan la superficie del río Yarey, cinco especialistas del Citma tiritaban de frío, horas después de salir al encuentro del incendio forestal que se expandía, como nunca antes, en el Parque Nacional Alejandro de Humboldt. La penumbra los atrapó entre las dos orillas cuando iban a tientas por las piedras resbaladizas, y se mantuvieron allí, por seguridad, hasta el amanecer.
El olor a humo les ratificaba la cercanía del fuego iniciado –aún no se sabe cómo– el pasado 17 de abril.
Ninguno suponía entonces que las 1 896 hectáreas, a la postre dañadas por el desastre, representarían más de la mitad de la superficie total (3 700 hectáreas) afectadas en Cuba por los 365 incendios forestales (27 de ellos en Guantánamo) registrados en lo que va de 2021.
Abundancia de material combustible en el suelo, altas temperaturas, corrientes de aire seco y ausencia de lluvias (apenas 25 milímetros en abril, y siete hasta el 19 de mayo), algo atípico en esa zona, conformaban un cuadro ideal para que el siniestro se propagara.
Ocujes colorados, manajús, robles negros, inciensos, pinares y árboles de copal se exponían a la candela, que igual alcanzó charrascales, poblaciones de cordobán, palmas pajúas, orquídeas y otras especies de menor porte en los bosques de coníferas del lugar. Los daños fueron menores entre los adultos de alta talla.
La hoguera también devoraba helechos arborescentes. Ardía la vida hermosa y diversa en el sector de Ojito de Agua, núcleo de las Cuchillas del Toa, refugio de más de 1 200 especies vegetales, joyas botánicas con alto nivel de endemismo, que representan el 2 % de la flora total del planeta.
Tocororos, cotorras, cateyes, gavilanes, palomas, aves migratorias y residentes, exponentes de la microfauna (la más dañada por el incendio), lagartos, majaes, moluscos, invertebrados como la polimita picta, así como el primitivo y nocturno almiquí, en peligro crítico de extinción, viven en ese nicho ecológico que atesora 16 de las 28 formaciones vegetales identificadas en Cuba, reporta la mayor biodiversidad y endemismo de las Antillas, e integra la principal reserva de biosfera del Caribe insular.
Apremiadas por la salvación de ese altar de vida, patrimonio de la naturaleza erigido por ella misma entre el noreste guantanamero y el sureste de Holguín, se volcaron al terreno –en número de 200 en las horas más críticas– fuerzas de distintas entidades e instituciones.
La expedición de los cinco expertos guarecidos por el río Yarey andaba en esos trajines. Ante la imposibilidad de seguir, se había detenido allí en la noche del 19 de abril, después de 13 horas de marcha y contramarcha continuas, para evadir la emboscada del fuego esa tarde, en el Alto de Cruzata.
APRENDIZAJE AL PIE DE LAS LLAMAS
El rodeo había complicado el recorrido que, entre ida y regreso, alcanzó cerca de 11 leguas, relató el experto Daljanis González Rivera, miembro de la comitiva liderada por el biólogo Gerardo Vegué Quiala, especialista en Ecología y Fauna silvestre, y director de Investigación de la Unidad de Servicios Ambientales del Parque Nacional Alejandro de Humboldt.
Del percance salió más de un beneficio, en opinión de Daljanis González. El periplo les mostró la distribución del material combustible en las áreas, la situación de los afluentes, y los sitios vulnerables; observaciones que ayudaron a diseñar un enfrentamiento más efectivo y realista al desastre, razón de su presencia allí.
«Mientras caminábamos –rememora Gerardo Vegué– vimos que plantas activas (vivas y verdes) con elevado potencial combustible favorecían la expansión del incendio. Se encontraron siete familias botánicas con unas diez especies propagadoras del fuego».
Ejemplares de ellas levantaron lenguas de fuego de entre tres y 11 metros de alto, asegura el experto. «Fracciones incendiarias derivadas de ese impresionante fenómeno pirológico recorren distancias suficientes para vulnerar sistemas ingenieros y naturales que podrían haber detenido o mitigado el incendio. En algunos sitios las llamas cruzaron, con relativa facilidad, ríos de 9,5 metros de ancho, y cortafuegos de seis».
AL RESCATE
Las lecciones recogidas por Vegué y sus compañeros, de recorrido por uno de los sectores incendiados del Alejandro de Humboldt, mientras avanzaba el siniestro, serán útiles para recuperar las áreas dañadas y evitar catástrofes similares en el futuro. Recomiendan eliminar de los bordes de los cortafuegos y caminos reales los árboles pirofílicos y sembrar especies endémicas, de mayor índice de humedad y bajo potencial combustible.
Ejemplares con esas características, entre ellos el abey de monte malo, uvillas, ocujes colorados y robles negros, típicos de bosques pluvisilva, poblarán un 60 % de las áreas dañadas, explicó Yamilka Joubert, directora general de la Unidad de Servicios Ambientales del Parque Nacional, quien al parecer comparte la apreciación de Vegué.
Dijo que la Unesco ha manifestado la disposición de aportar fondos para ese empeño, que cuenta con el apoyo de la ONG Oro Verde, y añadió que las posturas saldrán de las propias áreas del Parque, donde se incrementan los viveros tecnológicos con esa finalidad.
Los expertos prevén que el 40 % restante de la superficie dañada se restablecerá por regeneración natural, a partir de la capacidad de resiliencia de la Madre Natura. Los primeros frutos empezarán a verse en dos años, y en una década estarán de vuelta en el Alejandro de Humboldt los atributos que le arrebató el incendio, extinguido el 9 de mayo, tras 22 jornadas de batalla incesante. En breve, los especialistas volverán al terreno para evaluar con mayor precisión la magnitud de los daños, que son, hasta ahora, preliminares.
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Freddy Ricardo dijo:
1
30 de mayo de 2021
14:17:16
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