Será una gran final entre dos campeones históricos y, como suele decirse cuando no se sabe qué decir, puede pasar cualquier cosa. A no ser, claro está, que el escenario influya. Si el mítico Maracaná, con su pasado y sus fantasmas, toma voz en el asunto, bien cabe esperar una batalla épica y un desenlace sorprendente.
Así que de antemano aconsejaré a los agoreros de uno y otro bando que antes del domingo celebren con entusiasmo mientras efectúan las cuentas de la lechera, pero no canten en ningún caso victoria por adelantado. Ningún partido se acaba hasta que pita el árbitro.
Que Alemania es el gran favorito, sobre todo después de golear como goleó a Brasil, no es un secreto, pues cumple de sobra los requisitos. Tiene un portero de lujo y una defensa solvente; su mediocampo, capaz de enhebrar más pases que nadie, elabora un fútbol de seda y se conoce de memoria, y en el ataque para ponerle la guinda al pastel, junto al sempiterno Klose y el oportuno Müller, puede asomar cualquiera. Pero ni ello impide que sea —como todas las selecciones en este Mundial — un rival vencible, según demostraron Ghana y Argelia.
En el fútbol, además, lo que menos suele pesar a veces son la lógica y las estadísticas: a menudo el factor azar, disfrazado de penal injusto, disparo al poste o “gol milagroso”, juega perversamente en los grandes encuentros. Y ello lo saben bien los propios alemanes, tras haber protagonizado el célebre “milagro de Berna” ante la Hungría de Puskas, vencido a la Holanda de Cruyff en 1974, y superado a la propia albiceleste en 1990 con una polémica pena máxima señalada en los últimos minutos.
No es fortuito entonces que Argentina tenga también razones para encarar el choque con optimismo. Romero, a fin de cuentas, se vistió anteayer de Goycochea, su defensa de un día para otro ya no parecetan floja, Mascherano exhibe las mismas dotes de “jefe” que Obdulio Varela y Messi —aunque no cumpla la exigencia imposible que le ponen algunos de repetir en cada partido el segundo gol de Maradona a Inglaterra—, podría aparecer de pronto de la nada como Ghiggia para dejar boquiabierto a un estadio que antes ya vio caer al favorito en la final más famosa de todas.
Todo puede pasar, en definitiva, en el Maracaná el 13 de julio, porque el fútbol es el arte de lo imprevisto y en ello tal vez radique su gracia. Lo que nos remite a una sola realidad tangible que sintetiza acaso la esencia del Mundial. Como bien esboza un dato: 1 124 días después de que 203 países emprendieran su conquista —exactamente el 15 de junio del 2011—, tras 882 partidos y 2 520 goles, el equipo que alce la Copa de los dos aspirantes que quedan con vida, habrá alcanzado un sueño.
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