En los Juegos Olímpicos de Seúl-1988, el mundo esperaba ansioso el duelo de los cien metros planos entre el estadounidense Carl Lewis y el canadiense Ben Johnson. El 24 de septiembre se saldó esa porfía, en la que el del país de la hoja de maple pasó primero que nadie, con asombrosa ventaja y un sideral récord mundial: ¡9,79!
Pero tres días después, se conoció que aquella fue la carrera más sucia de la historia. El flamante recordista fue encontrado positivo de doping, al igual que otros de los cinco corredores de esa final: el brasileño Robson Da Silva, el jamaicano Raymond Stewart, el británico Linford Christie, el canadiense Desai Williams y Denis Mitchel, de ee. uu.
Solo el llamado Hijo del viento y su compañero Calvin Smith quedaron ilesos del flagelo del dopaje, y Lewis mereció la medalla de oro, con legitima marca de 9.92.
Fue la última edición que vio a delegaciones de la URSS y de la República Democrática Alemana, primera y segunda en el medallero de esta convocatoria, dejando en el tercer escaño a Estados Unidos. También trajo de regreso al tenis de campo, después de 64 años, y estrenó al de mesa.
Kristin Otto, la nadadora alemana, fue la gran reina, con seis medallas de oro en 50 metros libre, 100 libre, 100 mariposa, 100 espalda, 4 × 100 libre y 4 × 100 estilos.
Tras la segunda Olimpiada asiática, llegó, en 1992, la primera en España, en Barcelona. Treinta y dos años después aún estremecen Antonio Rebolledo, con su flechazo encendido para hacer arder el pebetero; los inigualables Freddy Mercurie, el líder de Queens, y Monserrat Caballé, en su trepidante y lírica Barcelona, o con el Amigos para siempre, en las voces de José Carreras y Sarah Brightman.
La unión del tenor catalán y de la soprano británica tuvo la dramaturgia de una competición deportiva. Según Marius Carol, coautor de las memorias del cantante, el genio de la apertura de esos Juegos, el publicista Luis Bassat, le propuso a Carreras ser el director musical de los Juegos, lo cual aceptó.
Demandaron una canción que trascendiera el acontecimiento, y se barajaron varios nombres para el retador propósito. Carreras sugirió el de Andrew Lloyd Webber, el londinense con los musicales de más éxito de la historia, desde Jesucristo Superstar a El fantasma de la ópera, pasando por Evita o Cats. Los organizadores tomaron la idea, y fueron a ver al compositor inglés, quien se sentó al piano, sin partitura en el facistol, y brotaron las notas de Amigos para siempre. Nacía el sello de los Juegos.
Se pensó en que la cantaran Carreras y Gloria Estefan, y Lloyd Webber, personalmente, dirigió los ensayos, pero al escucharlos, le dijo a la cubanoamericana que necesitaba una voz con otro registro. Él mismo se decidió por la Brightman, con quien estuvo casado por ocho años, relanzando su carrera como intérprete en solitario.
Amigos para siempre es la identidad de la filosofía olímpica, como lo expresa uno de sus versos: «sé que jamás olvidarás la amistad que nos ha unido». Por eso ha quedado en el imaginario del olimpismo, y tal vez fue la razón que le hizo exclamar al entonces presidente de Comité Olímpico Internacional, Juan A. Samaranch, que habían sido los mejores Juegos de la historia.
La segunda ocasión olímpica en una ciudad hispanohablante vio regresar a Sudáfrica, ya sin apartheid; el debut del beisbol y del bádminton, y al gimnasta bielorruso Vitali Shcherbo, lograr seis títulos dorados.
En esa ágora de fraternidad, la Mayor de las Antillas alcanzó 31 medallas, de ellas 14 de oro, para hacer realidad la frase de Fidel de que, tras las ausencias a las citas de 1984 y 1988, «Cuba tendría la mejor actuación de su historia».
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Javier Romero Antigua dijo:
1
22 de junio de 2024
16:24:51
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