PARÍS.–En unos Juegos como estos, además de orientarse bien en la ciudad sede, hay que hilar fino en la toma de decisiones. ¿A dónde ir cuando coinciden dos objetivos? ¿Cómo cubrir al que no se asistió?
Este miércoles íbamos a la final de Erislandy Álvarez o a la de la luchadora Yusneylis Guzmán. Nos fuimos al ring, aunque el rival fuera un tricampeón mundial y, además, francés. Lo que nadie se preguntó fue si en París había confronta.
El Vikingo cienfueguero destronó a Sofiane Oumiha, lo entrevistamos, y lo mismo hicimos con Guzmán, mediante las redes. Teníamos las historias para contar, pero la que faltaba por vivir era de suspenso.
Fuimos en busca de un bus urbano que nos dejaba muy cerca del hotel, pero estaba ¿en confronta?; corrimos al metro ya casi a las dos de la madrugada: iba en una sola dirección y sin chances de combinaciones.
Norland Rosendo, de Juventud Rebelde; el tocayo Figueredo, de Cubadebate; Rafael Pérez, de Bohemia; Danielito Martínez, de Trabajadores; mi compañero Ricardo López Hevia y, por suerte, Fausto Triana –quien no canta como Charles Aznavour, pero sí habla el francés como él–, más un servidor, integrábamos la comitiva que enfrentaba tal percance.
Rosendo y yo, desde los celulares, conformábamos las páginas de nuestros diarios, mientras buscábamos dos taxis. Aunque estos no tenían confronta, sí se les veía dudosos en prestarnos el servicio. No más vernos, cambiaron su lumínico verde por el rojo y se alejaron, a pesar de que no podíamos asustar a nadie, pues los rostros reflejaban más de 17 horas auscultando la Olimpiada, y las piernas ya se sentían el andar caballeresco por toda la ciudad.
No sé cómo monsieur Fausto convenció a dos taxistas de ir al mismo destino, cuando ya Norland había propuesto amanecer en las calles parisinas, a fin de asegurar el cierre del periódico.
Los Juegos Olímpicos tienen de todo, desde siete cubanos buscando cómo llegar a su destino y cumplir con su encargo, hasta un sistema de ómnibus que no esperó, ni siquiera, 45 minutos a que se terminaran las entrevistas. O una zona mixta, para hablar con los protagonistas, a 200 metros del escenario de competencia.
Vivir unos Juegos bajo los cinco aros es trepidante, aventurero, pero una experiencia única, aunque te agarre la confronta en París y uno se parezca a un fantasma, y no precisamente el de la ópera.
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