París. –El Caribe, del que nos sentimos orgullosos por su belleza, por su historia de luchas y por su linda gente, se enseñoreó justo aquí, en unas de las metrópolis de más influencia en el coloniaje de la zona entre el siglo xv y el xix.
Dos proezas, de dos mujeres, nos levantan el orgullo de ser caribeños. Julien Alfred eclipsó lo que se había visto, parafraseando al Nobel Gabriel García Márquez, como la crónica de una victoria anunciada. Ella, en 10,71 segundos, dejó en medalla de plata a la mediática estadounidense Sha'Carri Richardson, para poner en el mapa mundial de los grandes a su Santa Lucía.
Thea LaFond se estiró hasta los 15 metros y dos centímetros en el triple salto, y encumbró a otra pequeña isla, la de Dominica.
Alfred y LaFond, hijas de dos pueblos que sufrieron el coloniaje francés e inglés, indistintamente, se alzaron en esta ciudad con sus propias banderas en lo más alto de los mástiles.
Santa Lucía fue dominada por los británicos entre 1863 y 1867, pero en la guerra de ese imperio contra el francés, el diminuto territorio cambió 14 veces de dueño. Dominica, que se llama así porque Cristóbal Colón llegó a ella un domingo, en su segundo viaje a América, fue tomada por Francia en el xvii, aunque un siglo después los ingleses se apoderaron de ella.
Pero en la pista y en el cajón de saltos, no hubo yugo ni imperio que pudiera rendirlas. Alfred y LaFond hicieron historia con sus preseas doradas, son el primer podio de esas islas en el universo olímpico.
Cuba, la vanguardia de la región y de Latinoamérica en el movimiento olímpico, y que tuvo representantes en esas pruebas, salta y corre con la misma alegría y el orgullo de sus hermanos y hermanas caribeños por estos triunfos.
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