ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Banner
Uta Abe. Foto: Ricardo López Hevia

PARÍS.-Una descarga de emociones que van desde la alegría, los sobresaltos, alguna que otra incomprensión, la incredulidad ante lo que súbitamente ocurrió, lo cual no lo esperaba nadie; o la falta de consuelo por un desenlace adverso. Así se vive la mística de los Juegos Olímpicos, así se siente París, la sede de su trigesimotercera edición.

Conmovedora fue la escena tras la eliminación de la triple campeona mundial y titular olímpica, en Tokio-2020, de los 52 kilogramos del judo, la japonesa Uta Abe. Su llanto y sus gritos estremecieron esta ciudad.

Aspiraba a reeditar la gesta tokiota en la que, junto a su hermano, Hifumi Abe, conquistó la medalla de oro el mismo día y con diferencia de solo una hora entre los dos triunfos.

Uta no lo podía creer, la uzbeka Diyora Keldiyorova, a quien aventajaba en octavos de final, le ganó por ippon. Su desencanto ha recorrido el mundo de los tatamis, hoy a los pies de la Torre Eiffel. Nada ni nadie podía consolarla.

Sin creer lo que pasó, en el ring estaba el kazajo Alansbek Shimbergenov, en los 81 kilogramos del boxeo, derrotado por el jordano Zeyad Eashash. Un boxeador de una de las grandes potencias del pugilismo no acertaba, con ninguna palabra, a explicar lo sucedido. Eashash fue un verdadero remolino, y cambió la historia, o al menos el libreto precompetencia.

Una escena parecida vivió Cuba, cuando el bicampeón olímpico y cinco veces campeón del mundo, Julio César La Cruz, cayó ante otro cubano, pero representando a Azerbaiyán, Loren Berto Alonso, titular europeo, del mundo, y con una medalla a ese nivel.

Contrariado, no tenía una idea para describir lo sucedido en el cuadrilátero, en un combate muy reñido.

Los tres episodios estaban destinados o pronosticados para un final dorado; sin embargo, el trágico viraje los privó de las preseas en esta cita.

Y es que los Juegos Olímpicos están hechos de hazañas o fracasos, atletas desconocidos que saborean la gloria, o estrellas que, como no son infalibles, viven la frustración de no poder conservar su brillo. Así es la vida, así también es el deporte.

Todavía están frescas en la memoria las escenas de una novela, casi de ciencia ficción, en la pasada edición olímpica. El protagónico cambió, la actriz de reparto Anna Kiesenhofer terminó ocupando el lugar de la vedette de Países Bajos, Annemiek van Vleuten, invencible hasta ese momento.

El desasosiego fue mayor porque la neerlandesa, al pasar segunda por la meta, levantó los brazos en señal de victoria, sin saber que era segunda.

En la propia capital japonesa, cuántos habían escuchado hablar del tunecino Ahmed Hafnaoui, antes de destrozar a todos los tritones estadounidenses y australianos en los 400 metros libres de la natación.

Más impactante, y al propio tiempo decepcionante, fue el capítulo de Anton Geesink en los Juegos japoneses de Tokio-1964. El holandés venció al anfitrión Akio Kaminaga y la sorpresa y la decepción se apoderaron de la afición del país, en el cual Higoro Kano creó el judo.

A París le quedan otras sorpresas por vivir. Para unos serán de consagración, para otros de frustración. Es cierto que son años de sacrificios que se desvanecen en segundos, pero estar en el máximo concierto del deporte mundial ya es un éxito, aunque a las estrellas les sea difícil aceptar que su luz no vuelva a brillar.

Razón tenía el restaurador de estas fiestas, el francés Pierre de Coubertin: «Lo importante no es ganar, sino competir».

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.