Los argentinos y su gobierno están justificadamente orgullosos de
su estrategia de reestructuración de la deuda externa, que permitió
a la economía recuperarse bastante rápido después del 2002. Sin
embargo, ya pasó una década y existe otro país que ofrece lecciones
más contemporáneas que los gobiernos de los países del sur de Europa
deberían aprender. Ese país es Islandia.
Alrededor del año 2000, el gobierno conservador de libre mercado
de Islandia privatizó dos grandes bancos públicos orientados a
negocios locales y permitió que se formara un tercer gran banco
privado a partir de la fusión de un conjunto de entidades más
pequeñas. El gobierno también removió la mayoría de las limitaciones
de los bancos para sus operaciones y los impulsó a convertir a
Islandia en un centro financiero internacional del Atlántico Norte.
"Si Dubai puede hacerlo, por qué nosotros no podemos", fue el
espíritu de esa arenga.
Para el 2008, los tres grandes bancos islandeses se encontraban
entre los 300 bancos más grandes del mundo, en un país donde la
población llega solo a 310 mil personas. Sus activos sumaban diez
veces el PIB de Islandia y su modelo de negocios dependía en forma
central de su posibilidad de tomar deuda masivamente del mercado
mayorista de crédito. En octubre del 2008, los bancos colapsaron. La
moneda nacional, la krona, perdió un 60 % de su valor de un día para
otro. El mercado de valores se desplomó. En pocos meses, los precios
de las casas cayeron 25 % en términos reales y la inflación subió
hasta una cifra cercana al 20 %.
El FMI envió una misión que instruyó al gobierno a instalar
controles de capitales para evitar una mayor fuga y ofreció expertos
técnicos para enseñarles a los funcionarios del Banco Central
islandés a aplicar esas políticas. La fuerte devaluación logró por
sí misma una importante reducción del gasto. Así, con la bendición
del FMI, el gobierno demoró los ajustes fiscales. Eso permitió
aliviar las tensiones políticas, porque la devaluación podía
presentarse como "un acto divino" que no era responsabilidad del
Estado. El FMI intentó que el gobierno asumiera las deudas de los
bancos quebrados como propias a partir de la presión de Suecia,
donde estaban preocupados porque si Islandia se salía con la suya
con el default, los países bálticos harían lo mismo con sus
grandes préstamos del sistema bancario sueco. Las autoridades de
Islandia rechazaron la idea, dado el tamaño de las deudas bancarias
con relación a su base fiscal.
A comienzos del 2009, entre el 80 y 90 % de las empresas
islandesas, incluyendo las más grandes, eran incapaces de hacer
frente a sus obligaciones, y entre el 25 y el 30 % de los hogares se
encontraban en la misma situación. Los gobiernos del sur de Europa
podrían aprender algo sobre cómo Islandia respondió a esa situación.
Para la deuda de las empresas, la estrategia requirió que los
bancos reconocieran la pérdida en el valor de las obligaciones que
tenían las empresas, al punto de que las entidades bancarias
pudieran esperar tener una ganancia si se quedaban con los activos
de las empresas. Las pequeñas y medianas empresas pudieron solicitar
mayores alivios de deuda, siempre y cuando pudieran ofrecer
evidencia plausible de su futuro flujo de caja y el tamaño de la
ayuda estaba vinculado con el valor descontado de sus ingresos
futuros.
Para las deudas de las familias se requirió que los bancos
redujeran el valor contable excesivo del 110 % del valor de cada
propiedad. Las familias que incluso no podían hacer frente a los
préstamos ajustados pudieron pedir ayudas especiales. Un elemento
importante es que no se permitió que las calificaciones crediticias
de las distintas familias fueran afectadas por este escenario
especial. Además, quienes se encontraban cerca de la línea de
pobreza, pudieron solicitar un subsidio adicional para conservar la
propiedad de sus hogares.
El resultado global dejó a los bancos con una mora tan pequeña
como era posible y sin forzar masivas ejecuciones hipotecarias o
quiebras de empresas. Pocas familias perdieron sus hogares. La
economía se estabilizó en el 2010 y volvió a crecer en el 2011,
aunque lo hizo lentamente. El gobierno y las firmas recuperaron el
acceso a los mercados de crédito internacionales a tasas de interés
sostenibles. Sin embargo, eso no fue posible sin ningún costo
político. El gobierno recibió un feroz ataque de aquellos individuos
que no habían tomado créditos impagables e insostenibles. Esas
personas sienten que están pagando por el despilfarro de otros.
En comparación con la situación de Noruega, después de su crisis
bancaria a comienzos de la década de los años noventa y las
economías bálticas después del 2008, la recuperación de Islandia fue
mucho mejor. Esto está muy vinculado con el hecho de que se evita
realizar lo que hoy ya es muy común en Grecia, España y Portugal,
donde los bancos obligan a las empresas y a las familias con
patrimonio negativo a que renuncien a la propiedad de sus bienes,
como si los propios bancos no tuvieran ninguna responsabilidad por
prestar demasiado.