¿Cuántos
tiros en pantalla se pueden soportar antes de que llegue la
saturación y el "no quiero seguir viendo"?
Crece el espectador en medio de tiros y más tiros y un día se da
cuenta de que a él y a sus antepasados, desde hace más de un siglo,
lo están durmiendo con el mismo cuento de buenos y malos, y que
detrás de tanta profusión espectacular de plomo y pólvora se emboza
la incapacidad de contar una buena historia con personajes que,
además de saber disparar, se desenvuelvan en una trama con seso.
Que las hay, y en todos los géneros.
Pero si de niños la abundancia de disparos en un filme nos hacía
correr al cine con la respiración entrecortada, hoy, con más horas
de vuelo frente a las pantallas, esas demasías provocan sospechas,
directamente, vinculadas a la falta de talento de su director, o a
imposiciones comerciales de productores que trabajan para públicos
poco exigentes.
Nada que ver lo anterior con una denominada estética de la
violencia —Sergio Leone, Quentin Tarantino, Robert Rodríguez-—,
filmes en los que las cartas de presentación están sobre la mesa y
se aceptan como una forma narrativa artísticamente válida.
Hablo del tiro sin ton ni son supliendo ineficacia del guión,
narrativas y de todo tipo.
El tiro, o los tiros, planificados para que surjan cada cierta
cantidad de minutos. El tiro como fórmula encaminada a mantener
"arriba" el entusiasmo de un espectador a quien se le considera
impaciente, o incapaz de adentrarse en filmes que exijan de él un
poco de rigor intelectual.
En tales casos, los tiros gratuitos (y patadas y piñazos
acompañantes) de cualquier filme terminan por resultar irritantes
por su poca imaginación y talento, así se hable de las denominadas
"películas de entretenimiento".
Algunos espectadores pueden demorarse en darse cuenta.
Otros nunca lo comprenden y si no hay garantías de tiros, ¡muchos
tiros! a lo largo de la trama, pues ni se sientan.