Jorge Amado del tamaño de Brasil

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Habrá otros de prosa más refinada, de argumentos más sofisticados, de imaginación más fértil, pero la mayor y más abarcadora referencia de la novela brasileña del siglo XX, por su capacidad para apresar aspectos medulares del alma popular de ese gigantesco territorio sudamericano, sigue siendo Jorge Amado.

No es casual que al cumplirse este viernes 10 de agosto el primer centenario de su nacimiento, haya conciencia en celebrar el acontecimiento en los más diversos ámbitos de aquella nación, y que América Latina se incorpore al homenaje.

Dos singularidades distinguen la obra del escritor, que vivió hasta el 2001: el tránsito de lo local a lo universal y el no menos azaroso desplazamiento desde el realismo social hacia una manera de concebir la ficción con un vuelo poético propio.

Dicho sea esto por cuanto no hay otro escritor tan bahiano como él y al mismo tiempo, tan brasileño para todos. Nació en una hacienda al sur de Salvador de Bahía, vivió los estertores de la fiebre del cacao, creció en la medida en que la ciudad dejaba de ser una instancia provinciana, siendo materialista ateo comprendió y reflejó como pocos la intensa religiosidad popular de su entorno y plasmó en sus novelas los caracteres más vívidos de aquel espacio regional hasta hacerlo trascender como espejo de la complejidad etnocultural de Brasil.

Por otra parte, si en las primeras novelas era explícito el cuestionamiento de la sociedad bahiana de su tiempo —Cacao (1933), Jubiabá (1935), Mar muerto (1935) y sobre todo Capitanes de arena (1937)—, con los años logró conjugar las tradiciones de la fabulación popular con una escritura irónica y cuajada de sorpresas, cuyos máximos exponentes son Gabriela, clavo y canela (1958), La Muerte y la muerte de Quincas Berro d’Agua (1961) y las multitraducidas Doña Flor y sus dos maridos (1966) y Tienda de los milagros (1968).

Militante comunista por largos años y siempre identificado con las causas populares, tuvo entre sus grandes amigos a nuestro Nicolás Guillén, a quien describió alguna vez como "el poeta más tremendo de las Antillas".

 

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