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El Malecón en la Oncena Bienal
Refrescante y reflexivo
VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ
Al aire libre, en medio de los calores de un verano que cada vez
llega más temprano a la isla, el arte irrumpe con inusitada fuerza
en el Malecón, como una de las acciones de mayor impacto popular en
el programa de la Oncena Bienal de La Habana.
Los
transeúntes pueden verse en el monumental espejo de Rachel Valdés.
El proyecto de Juanito Delgado, Detrás del muro, no deja a
nadie indiferente, más allá de las contingencias y los accidentes
inevitables en una obra de tamaña envergadura. No se trata
simplemente de emplazar esculturas o instalaciones en uno de los
lugares emblemáticos de la ciudad, sino de asumir el muro, las
aguas, el arrecife, sus edificaciones colindantes, el paseo y el
público mismo como elementos de connotaciones simbólicas en sus
múltiples usos y acepciones.
La mayoría de los artistas son cubanos, pero no faltan invitados
extranjeros, como el español José Ruiz, que desplegó valiéndose de
la hipergráfica las dos primeras letras del logotipo de Google —Go,
en inglés, denota movimiento—, o el colombiano Fidel Ernesto
Álvarez, que pobló el cielo con ramilletes de globos negros.
El
tapiz tejido, diseñado por Aimé García, arropa el muro.
En un primer momento nos quedamos esperando que los leones de
Fabelo salieran de la jaula, que los surtidores de Humberto Díaz
tomaran altura y que la fachada de láminas de acero de Adonis Flores
cobrara entidad, pero los organizadores informaron que habrá tiempo
y espacio para ello.
En el orden escultórico impresiona la esbelta torre de pabellones
auditivos de Alexandre Arrechea —el arte alerta ante los ruidos y
las conversaciones de la vía—; el cañón deconstruido de Duvier del
Diago y las pequeñas islas precarias, cual ofrendas a las diosas y
los dioses del mar, de Florencito Gelabert.
Pero también hay propuestas interactivas de sumo ingenio e
incitadoras a la reflexión de los viandantes. Aimé García ha
dispuesto de dos expertas tejedoras para tender un fino bordado
sobre el muro; Inti Hernández invita a los transeúntes a conversar,
enamorarse o sencillamente reposar en unos espléndidos bancos
concebidos como puntos de encuentro; Rachel Valdés nos seduce con un
largo espejo que nos devuelve la imagen en tránsito, como para
redescubrirnos a nosotros mismos; y hay que sortear en el camino la
cerca de Arlés del Río silueteada por el paso de un avión que viene
y va.

Inti Hernández concibió estos bancos como puntos de encuentro en el
paseo.
Detrás del muro propone una instancia de socialización del
arte en el que la percepción sensorial y la intelección van de la
mano en un espacio de recreo y distensión. |