Vaga aproximación al vago

Pastor Batista Valdés

"¿Quién dijo que yo necesito trabajar en este país, si aquí lo tengo todo?", suelen jactarse ciertos sujetos.

Y en efecto: a ninguno le falta techo seguro, alternativas para desayunar, almorzar y comer cada día; médicos y enfermeras listos para atenderlos "aunque no disparen ni un chícharo", educación gratuita para sus hijos, áreas deportivas, teatros y, sobre todo, mucho "esparcimiento".

Para qué trabajar —calculan— si el pago, subsidiado por el Estado, de corriente, agua, vivienda... corre a cuenta del padre, o de la remesa que reciben, o de familiares que siempre les dieron todos los gustos, no exigieron deberes dentro de la casa, ni les enseñaron el valor de lo que se logra "doblando el cuerpo y sudando la frente".

Y a estas "alturas", como es de suponer, resulta bastante difícil hablarles de sentido de pertenencia, ahorro, cuidado y sacrificio si, como norma, en sus hogares tal vez poco importó que aparecieran con algo robado: de la escuela, del primer y único centro donde trabajaron apenas unas semanas o de cualquier otro lugar...

"A ese mundo yo sí le conozco", suelen decir también esos "personajes", para demostrar que saben "luchar" la vida, como si fuera una hazaña levantarse a la hora que quieren, comprar y revender lo que encuentren por delante, cambiar divisa, "hacer plata", vestir con lo último de la moda, pagar cualquier precio por la más banal mercancía, beber lo mejor, darse cuantos gustos deseen...

Me hubiera gustado ver a quienes así piensan y actúan, en plena década de los 50, cuando para mal comer y mal vivir había que trabajar de Sol a Sol —si aparecía un empleo—, o cuando miles de personas tenían que comprar el "derecho" de irse a cortar caña a cualquier lugar del país, con los aseguramientos a cuestas, para al final ganar unos centavos y continuar entre deudas y miserias.

Destellos actuales de la realidad empresarial, laboral y económica en la nación, dejan entrever el advenimiento de mecanismos en los que, con posibilidades para el empleo, "quien no trabaje no coma". Dicho de otro modo: para satisfacer necesidades no habrá otra opción más justa y sana que trabajar, como lo ha hecho durante medio siglo la mayoría de los cubanos.

Lograr tal prominencia en torno al empleo y al salario puede y debe ser un golpe a quienes pretenden vivir del trabajo ajeno —¿explotadores o esclavizadores hoy de la mayoría?—, y también a quienes "marchan a media máquina" en puestos y funciones donde flota el llamado subempleo: tan mortal para la economía como la vagancia misma.

¿De dónde —si no trabajan—, piensan holgazanes y remolones que brotan los recursos para intervenir quirúrgicamente, atender o asistir a millones de personas cada año? ¿O el salario de los maestros, la formación de profesionales en todas las ramas, la atención a ancianos, discapacitados, madres solas... ?

Tal vez sea hora ya de aplicar, a instancia social, la filosofía de nuestros abuelos en casa décadas atrás: "No hay plato o capricho para ti si no trabajas... y si lo robas ¡Ya sabes!".

 

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