Los huesos de Caravaggio

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Tal parece que bajo el influjo de la conmemoración del cuarto centenario de su muerte, acaecida el 18 de julio de 1610, la figura de Michelangelo Merisi, conocido por Caravaggio, uno de los grandes nombres del barroco italiano, ha vuelto a ser motivo de polémica.

Los incrédulos, de Caravaggio.

Hace pocos años, producto del cotejo de documentos descubiertos en un archivo eclesiástico de la Lombardía, se introdujo la duda acerca de si el pintor en lugar de en la villa vecina de Bérgamo que le dio su nombre artístico —práctica habitual de la época— había nacido en Milán.

Ahora se trata de ventilar, con el auxilio de pruebas de ADN si una osamenta aparecida cerca de la localidad toscana Port’ Ercole corresponde en realidad a la del célebre artista. De ser en efecto los restos mortales de Caravaggio, se llenaría un vacío, puesto que a lo largo de cuatro centurias se ha ignorado donde fue sepultado.

En última instancia lo más importante es que a la distancia del tiempo la obra de Caravaggio siga teniendo un contacto vivo con la sensibilidad de los que se acerquen a su obra, sea por vía directa o mediante reproducciones, en este siglo.

Sería bueno considerar, aunque sea someramente, algunos de los aportes que lo llevaron a trascender su tiempo, como lo fue la ruptura con los remanentes del manierismo en la escuela barroca, su aventajada interpretación del sentido del movimiento interno de sus figuras y la consecuencia con que profundizó, en los códigos que articulaban lo real y lo alegórico que heredó de maestros como Tiziano.

Como todo aquel que revoluciona las nociones estéticas, Caravaggio fue alabado y denostado. De un lado estuvieron quienes advirtieron la nueva calidad de su pintura; de otro, los que pensaron que era decadente.

Pero en la historia del arte occidental ha quedado como un paradigma por su franqueza en el tratamiento temático y un maestro del claroscuro.

 

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