Ante la posibilidad de integrar la Brigada Médica Internacional
Henry Reeve, no hubo vacilaciones. Era el momento de demostrar cuán
gigante es la obra de la Revolución cubana, cuán acertadas las ideas
del Comandante en Jefe, cuán verdaderos los principios del
internacionalismo y solidaridad bajo los cuales fueron formados.
De una veintena de países acudieron más de 200 brigadistas.
Algunos estaban en Cuba realizando estudios de posgrado; otros, como
Luther Castillo Harry, regresaron voluntariamente de sus naciones.
Este médico fungía como director del primer Hospital Popular
Garífuna en Honduras, el cual ha brindado 378 000 consultas
gratuitas. "Fidel nos enseñó a no abandonar a ningún desposeído",
decía Luther durante la ceremonia de abanderamiento del Contingente
Internacional, en tanto auguraba la creación de un modelo
alternativo de salud para los países subdesarrollados. Estará al
frente de los cinco grupos que componen la Brigada, con su mochila
llena de afecto para el sufrido pueblo de Haití.
Pero su entrega no superó a la de otro compañero que no pudo
escuchar los primeros sollozos de su hijo y, sin embargo, estaba
feliz: en algún momento le contaría al pequeño sobre las vidas
salvadas en Haití, y esa idea lo reconfortaba.
Tampoco a la argentina Antonia Beatriz le aflige la distancia, ni
tan siquiera la familia ausente. Los de casa comprenden que en Cuba
la educaron para brindar sus servicios donde y cuando fuera
necesario.
Similar convicción anima a Adriana Escobal. Desde Uruguay
aguardaba la oportunidad de sumarse al Contingente y, en vísperas de
San Valentín, partió junto a su esposo hacia Puerto Príncipe,
convencida de que atenuar el sufrimiento del asolado país caribeño,
sería su más grande gesto de amor.
Al júbilo de la partida no escapó el recién graduado, ni el de
segunda especialidad, ni el mismo Juan Carrizo, rector de la ELAM,
quien acompaña a sus muchachos desde el 14 de febrero.
Probablemente el trabajo de estos galenos en los hospitales y en
la atención primaria de salud, ya les haya devuelto algunas sonrisas
a los sombríos rostros haitianos y haya disipado las dudas sobre el
destino de Haití, cuando las televisoras apaguen sus cámaras y se
marchen las brigadas internacionales.
Entonces, en esa tierra olvidada por Dios, quedarán las secuelas
del hambre y la pobreza. Quedará el dolor. Pero quedarán los médicos
cubanos y latinoamericanos para intentar aliviarlo.