Hoy no quiero hablar de terremotos, tragedias, 
			hondos dolores e irreparables pérdidas. No quiero escribir de lo que 
			fue y es ahora la ciudad de Puerto Príncipe o de cómo la naturaleza 
			y el coloniaje se han ensañado con este sitio. No quiero hablar de 
			pesares, aunque siga desandando el infierno de este mundo.
			Prefiero, en cambio, detenerme en esas imágenes 
			que ni aun los más terribles movimientos telúricos pueden borrar, en 
			eso que distingue a la tierra narrada por Carpentier. Desde que acá 
			puse un pie, me han llamado la atención muchas cosas, algunas nada 
			tienen que ver con el sismo y sus destrozos.
			Ahí están las mujeres con los enormes bultos en 
			la cabeza que cargan con la mejor de las destrezas, los tap tap 
			(taxis) repletos de personas y colores, los famosos y muy demandados 
			paté (frituras rellenas con carne o dulce), la pintoresca artesanía 
			colgada por doquier, la naturalidad de los cuerpos desnudos a pleno 
			sol, los amontonados y callejeros mercados, la ferviente 
			religiosidad¼ 
			Atraen, además, la imagen del Che en cualquier 
			muro o pulóver, y el inmenso amor de esta tierra hacia la Revolución 
			cubana, sus médicos y el Comandante Fidel. Definitivamente Cuba 
			también está hoy en las calles devastadas de Puerto Príncipe.
			
          Haití: el infierno de este mundo (I) 
			
			
			Haití: el infierno de este mundo (II)
			
			Haití: el infierno de este mundo (III)
			
			Haití: el 
			infierno de este mundo (IV)
            Haití: el infierno de este 
			mundo (V)
			
			Haití: el 
			infierno de este mundo (VI)
			
			Haití: el 
			infierno de este mundo (VIII)
			
			Haití: el 
			infierno de este mundo (IX)
			
			Haití: el 
			infierno de este mundo (X)
			
			Haití: el 
			infierno de este mundo (XI)
            
            Haití: el infierno de este 
			mundo (XII)
			
			Haití: el infierno de 
			este mundo (XIII)