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Análisis de la 45 Serie (4 y final) Ser cortés... sin dejar de ser valiente
SIGFREDO BARROS
sigfredo.bs@granma.cip.cu
A finales del pasado mes
de enero un incidente llamó la atención nacionalmente e, incluso,
provocó connotación en diversos medios de prensa internacionales:
un partido de la Serie Nacional terminó con un forfeit favorable al
equipo visitante debido a una grave alteración del orden en el
estadio Latinoamericano.
Discutimos demasiado... y eso tiene una repercusión negativa en los jugadores y en el público.
Recuerdo ese partido
entre Industriales y Santiago de Cuba. Abundaron las discusiones de
parte y parte, en medio de un fervor que se fue extrapolando poco a
poco hacia los graderíos, hasta desembocar en una riña tumultuaria
que obligó a la suspensión del espectáculo. Se tomaron medidas,
hubo sanciones penales... todo muy lamentable.
Sobran los argumentos
para intentar ofrecer una explicación. Pero la realidad es que las
discusiones en el terreno encuentran un negativo rebote en los
aficionados. Y protestamos por todo: por un strike, una bola, un out
en cualquier base, un batazo que cruza cercano a los postes o las
líneas indicadoras de la zona de juego. Con el consiguiente retraso
del partido, ya de por sí demorado por otras múltiples razones.
El béisbol es un
deporte donde las apreciaciones arbitrales son constantes. Es,
además, una disciplina complicada (quizás la más complicada de
todas), con un libro de reglas voluminoso donde todo está
contemplado, pero que deja un espacio a la interpretación de los
oficiales actuantes. Es pedirle demasiado a un árbitro de home —por
citar un ejemplo—, que no cometa una equivocación decidiendo más
de 150 lanzamientos, muchos de ellos colocados con toda intención
en la llamada "zona de duda".
Traigo una vez más a
colación el Clásico Mundial, por haber sido el evento de mayor
nivel al cual Cuba se ha enfrentado en todo su fecundo historial
beisbolero. Las discusiones, en sentido general, brillaron por su
ausencia, no por la excelencia arbitral, sino porque los jugadores
poseen cierta ética que les permite admitir el error de un juez
como parte del juego, como un roletazo escapado entre las piernas o
un fly caído entre tres. Todos cometen pifias, nadie es perfecto.
Posiblemente haya que
implementar medidas en la Serie Nacional para frenar la negativa
tendencia, algo parecido a utilizar la tarjeta amarilla omnipresente
en el actualísimo Mundial de Fútbol, pues cuando la
predisposición es creciente las prevenciones prácticas suelen ser
mucho más efectivas que los llamados verbales al orden.
Lo peor de todo es que
muchas veces esas airadas protestas provienen de los dirigentes de
los equipos, de quienes se supone deben ser los mayores exponentes
de la disciplina y el orden. Se da hasta el caso de que creamos
todos los mecanismos de preparación sicológica para lograr la
concentración de los jugadores, sobre todo de los lanzadores, y
todo ese trabajo se pierde por las protestas del receptor que saca
del "paso" al pitcher o por el exceso de "joseo" de algún jugador
de cuadro, por mencionar un par de ejemplos.
Las discusiones pueden
tener, además, un efecto muy negativo en el comportamiento del
equipo. Nadie olvida la expulsión del mentor cubano en el Clásico,
por protestar sin razón un lance. La única consecuencia fue dejar
a la selección sin su principal dirigente en un momento importante.
Afortunadamente, uno de los asesores llamó a los jugadores y los
tranquilizó, apelando a la cohesión y la cordura. Una lección que
tenemos que aprender.
LA CORTESÍA COMO
DIVISA
La felicitación a los rivales enaltece.
Quizás por ser la
selección cubana múltiple campeona mundial, tres veces monarca
olímpica, con un palmarés impresionante en Panamericanos,
Centroamericanos, Copas Intercontinentales, por solo citar los
torneos más importantes (sin olvidar a los juveniles y los cadetes
de 15-16, igualmente laureados en infinidad de ocasiones), está
obligada, más que ninguna otra, a ser cortés con sus rivales.
Pero, en ocasiones, se
le olvida el simple apretón de manos a la terminación de un juego
en el cual la victoria le ha sido esquiva. Sucedió en Puerto Rico y
también en San Diego, en el choque final del Clásico ante Japón.
Atrás habían quedado nueve innings de intenso batallar, con ambos
equipos dando lo mejor de sí en aras de la consecución de la
victoria. Los nipones ganaron en buena lid y merecían las
felicitaciones de todos, los cubanos en primera fila.
Lamentablemente no fue así.
El deporte es, nadie lo
duda, un formidable vehículo de acercamiento entre todos los
pueblos del mundo y un arma eficaz para conseguir la paz en este
convulsionado mundo en el cual vivimos. Un evento de cualquier
disciplina no puede ser tomado como una guerra ni un revés como una
deshonra, sobre todo cuando se luchó con coraje y dignidad. La
máxima olímpica que reza: lo importante es competir no ha perdido
vigencia, todo lo contrario, es ahora más valedera que nunca. La
ética de la caballerosidad ha sido un rasgo distintivo de nuestro
pueblo, que siempre debemos cultivar en el deporte.
No son estos párrafos
un regaño a nuestros jugadores. Los conocemos, hemos convivido con
ellos en múltiples rincones del planeta y sabemos de su modestia,
su sencillez, su disposición a entablar amistad con todos los
participantes y la afición. Como también sabemos cuán grande es
su entrega y cuánto les duele una derrota. Pero hay que hacer de
tripas, corazón, y demostrar cortesía. No por eso se deja de ser
valiente.
Con este cuarto
comentario concluimos —al menos en una primera etapa— la serie
de análisis sobre cuestiones específicas de la 45 Serie en
particular, y de nuestro deporte nacional en general, con el único
y determinado objetivo de contribuir modestamente a su
perfeccionamiento.
Análisis de la 45
Serie (1)
Análisis de la 45 Serie (2)
Análisis de la 45 Serie
(3)
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