Melodrama romántico en clave de western rosa, Nueva vida en Ransom Canyon (Netflix, 2025) es el intento contrahecho de acoplar las pautas discursivas de la soap opera o televisión jabonera estadounidense de toda la vida (Dallas, Dinastía, Falcon Crest), con las introducidas por la reciente, y muy copiada, Yellowstone.
La serie, al aire en Cuba, se mira en el espejo de tales universos televisivos (marcas de valor en el imaginario estadounidense), conectados todos por historias de familias ricas que pugnan por mantener sus negocios; de luchas por el poder, intrigas, amoríos…
Todo ello –más en los casos de Dallas, Dinastía, Falcon Crest, Los Colby u otras–, con partes iguales de melodrama, literatura rosa, sexo light y un culto a la opulencia en imágenes sin el filtro crítico de, por ejemplo, Succession. Debe recordarse que Dinastía es la representación catódica de la exaltación del capitalismo, en su versión más ladinamente contemplativa y dañina.
Ahora bien, Yellowstone muestra una real descripción de un modo de vida –siendo capaz de alcanzar clara vocación antropológica al visualizar el universo de los ranchos ganaderos–, una trama musculosa de personajes complejos y un conflicto fratricida que se cocina a fuego lento; Nueva vida en Ransom Canyon solo ofrece una postal bonita y complaciente.
Entre personajes arquetípicos, errores de casting y sosas líneas de diálogos, los diez episodios de la serie caminan sin una señal dinamizadora que induzca al televidente a salir de un marasmo repetitivo de acumulación de situaciones dramáticamente nulas.
Televisión plana en su guion y en sus apartados técnicos, con lustros de atraso en su puesta en pantalla, Nueva vida… tropieza en el desmedido afán de recoger el batón de Yellowstone –algo que hizo, con mejores armas, la australiana Territorial–, para situarse en un terreno lindante entre la insustancialidad de The Waterfront y el placer culpable de Virgin River.
A lo último ayuda el seguimiento a la evolución romántica de la pareja protagónica que, no por echar mano a las viejas estrategias del culebrón, deja de portar cierto encanto: ese encanto que suelen tener esos relatos de seres que se aman desde muy jóvenes, pero a quienes la vida impidió consumar su pasión durante décadas.
El dueño de un rancho ganadero, Staten Kirkland (Josh Duhamel), ama, desde los tiempos de la secundaria, a Quinn O´Grady (Minka Kelly). Y ella le corresponde desde entonces, aunque el destino quiso que ese hombre se casara con la mejor amiga de ella.
Quinn nunca perjudicó esa relación; por el contrario, ayudó a la amiga hasta sus últimos días, antes de esta morir a causa de una temprana enfermedad. Luego, Staten y ella se contienen, hasta que la ocasión correcta, en el escenario indicado, produce lo inevitable.
Pero nada es fácil en este pueblo rural de Texas. Collins, el rival de Kirkland, no solo quiere a Quinn, sino además el rancho de Staten y el de otros ganaderos de la región, para vender su superficie conjunta a una empresa interesada en construir un oleoducto.
Estos son los principales puntos de conflicto de una serie que encuentra en la fotogenia y química de Duhamel/Kelly el principal aliciente para verla. No son grandes actores (menos ella), no dejan de moverse en el mismo registro durante la decena de capítulos…, pero sí empastan, son bien apuestos, y la cámara mima sus rostros.
Serie muy caucásica –no aparece un negro; y solo una latina, en un estado de inmigrantes como Texas–, exenta del mínimo comentario social, lo que más la lastra son sus anticuadas formas expresivas (montaje lineal; fotografía del añejo manual de plano, contraplano, plano medio; pausas medidas por cartabón…). Tanto así que, parafraseando el título de Nueva vida en Ransom Canyon, pudiéramos decir: Vieja televisión en Ransom Canyon.
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