Cuando se aprecian los espectáculos del Ballet Español de Cuba (bec), aparece nítidamente la influencia del flamenco en nuestros propios ritmos y en la fuerte base percutida de la música y el baile de la Isla grande del Caribe. Se baila con todo el cuerpo, con las manos, con los pies, con la mirada y el gesto. Hay mucho más: simbiosis, creatividad, ganas de hacer que se multiplican en la escena ante cada nueva salida.
La más reciente temporada de la agrupación dirigida por el maestro Eduardo Veitía, dos funciones de la compañía con la Gala de Estilos: la danza española en Concierto, y una de la Unidad Artística Docente y los Talleres Vocacionales (domingo en la mañana), en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, abrió el año con nuevos bríos, de la mano de un excelente programa, en el que resaltó la elegancia, precisión y respeto de las tradiciones; algo que ha estado siempre presente en esta agrupación, fundada por Alicia Alonso en 1987.
El público pudo observar una compañía siempre joven –en la cual se dan la mano algunos artistas establecidos, recién graduados y estudiantes–, que se renueva y deja esa impronta hispana que habla de nuestra identidad. Es que Eduardo Veitía y el bec (bailarines, profesores, ensayadores de los diversos estilos que suman flamenco, escuela bolera, bailes regionales, danza contemporánea…), en todo este tiempo han creado un lenguaje teatral actual, a partir del complejo cultural del flamenco y otras raíces de nuestra idiosincrasia, que no es en modo alguno una tradición muerta, sino una poderosa sabiduría popular que fluye con toda vigencia.
Fue una magia que llenó, en dos jornadas, esta institución habanera, en la que pasearon diferentes estilos que han armado al Ballet en el tiempo; piezas emblemáticas de diferentes autores que han hecho sentir el latir del ritmo en nuestra sangre, de pasión genuina que ha cruzado los océanos y latitudes para agitar hondo en los corazones.
Valgan mencionarse, por su colorido, energía y fuerza: Las bodas de Luis Alonso, versión coreográfica de Eduardo Veitía sobre la original de Alberto Lorca, que resulta ya un himno de la compañía; la Danza ritual del Fuego, del propio Veitía, en la que vibró, con fuerza, la primera bailarina Leslie Ung, quien también, en el protagónico de Arte y Tronío (caracoles), de Francis Núñez (España) deslumbró exhalando emotividad y pericia, llenando siempre la escena, en esa obra en las que emerge la elegancia del gesto y la pureza del flamenco, hecha movimiento.
El primer bailarín Daniel Martínez dejó en claro su clase, primero en la coreografía Alhambra, del español Manuel Díaz, y luego en la Soleá, de Pablo Egea (España), protagonizando instantes de alto vuelo danzario. Mientras que en esa joya coreográfica que resulta Añoranza (balada flamenca), que Francis Núñez realizara en homenaje a su maestra Aurora Bosch, brilló junto a las noveles bailarinas Kelly Álvarez y Náyara Calderón, en días alternos. Sobre las tablas, ellas mostraron su valía, y, sobre todo, que el bec cuenta con una fértil cantera de artistas, pues bordaron, con virtuosismo y pasión, la hermosa entrega, a pesar de su juventud.
Otras piezas, como Pasión (martinete) también firmada por Francis Núñez; Fandango, de Liliana Fagoaga; Andalucía y Malagueña, de Leslie Ung, dejaron una estela de buen gusto y elegancia en cada gesto, en un programa que cerró Fiesta por Bulerías, el punto final que llenó, de más ovaciones, la sala Avellaneda. Disciplina, maestría y ganas de hacer hay de sobra en el Ballet Español de Cuba.












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