ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Lagarto pisabonito inauguró el Festival del Monólogo Latinoamericano. Foto: Modesto Gutiérrez Cabo

CIENFUEGOS.–Si la filosofía marxista y la doctrina católica nos iluminan –con razón ambas– en la certitud de que la familia es la célula básica de la sociedad, no hay herejía en sostener la verdad de Perogrullo de que las personas son la célula básica de la familia.

Porque la persona, el sujeto, el individuo, el animal pensante, el ser social único e irrepetible es un órgano vivo fundamental del núcleo hogareño; y además, del entorno comunitario, citadino, nacional. Este se convierte en la clave sobre la cual han de desplazarse las coordenadas de todos los empeños posibles, inmersos en función de tales fines dentro de un cuerpo social.

La gran novela sicológica del xix, de la cual partiría tanto en lo adelante, supo llevar a un punto máximo de agudeza la interpretación total de la naturaleza íntima de la persona, desde el contacto con su ecuador moral, con su individualidad más cruda.

Esa novelística (poblada de espléndidos monólogos literarios) nos acerca como pocas a la pasión, la voluntad, el dolor, la culpa, el remordimiento, la grandeza y el sentido autodestructivo ínsito de personajes que son fieles retratos finales de nuestra especie.

Cuatro magnos edificios pretéritos de la creación abonaron el camino a los insuperables maestros rusos, como también a franceses e ingleses: La Ilíada, La Odisea, la Biblia y Shakespeare.

El monólogo, anclado a una raíz clásica, también toma debida nota de esos saberes, para sacar partido a la dictadura del yo; una que puede convertirse, cómo no, en anarquía, dada la naturaleza rebelde de la especie, escrutada en tantos unipersonales.

Un agridulce gobierno de sí mismo lo establece el intérprete del monólogo, en puestas en las cuales –no importa que el actor se desdoble en varios personajes– siempre preponderará un yo. La persona. Un ser con su carga de ideas, sentimientos, emociones y percepciones.

Lo que cobra preeminencia en su definición sobre la escena es el descubrimiento de un azar; la circunstancia puntual de un individuo dentro de determinado contexto que, en gran medida, modelará la peripecia, el arco dramático compartido al público.

El catalizador de las acciones puede sobrevenir, igual, de una zona de emociones donde el personaje tramitará la desazón derivada de su incapacidad para entenderse a sí mismo, o de unir las propias líneas del proyecto de su yo. O de una base temática dispar.

De cualquier modo, lo que aprovecha la manifestación escénica es el acercamiento a procesos de conformación de identidades, cuya moldura dramática tiene estrechos vasos comunicantes con los dilemas, preocupaciones, obsesiones, sueños, afanes y quimeras de alguien –que a la vez–  es más que sí mismo.

Es más que sí mismo, al transfundirse en magma, en especie escudriñada desde la complicidad y la anuencia del escenario.

El Festival del Monólogo Latinoamericano, cuya sexta edición transcurre aquí, entiende bien lo anterior. Los 13 unipersonales en concurso comunican miedos, añoranzas, tristezas…; como también ilusiones, certezas, desafíos y victorias de personajes que, desde su individualidad, son reflejo compartido de nuestra raza.

Personajes que son, además, el reflejo de sociedades de las que la familia y la persona –quedó dicho– son el órgano vivo fundamental.

Personajes que, desde el yo, hablan de nosotros, de lo que somos.

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