ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Foto: Xilografía de Carmelo y Posee

Tuvo «el impulso torvo y el anhelo sagrado de atisbar» en su vida sus «ensueños de muerto». Su pupila no solo burló el párpado cerrado; sino que, convertida en símbolo, sigue en vigilia, desde el alto estrado.

Definió su vida, de apenas 34 años, «como una semilla en un surco de mármol»; pero allí, en el poema en que lo dijo, escribía otra idea que lo figuró mejor: «un verso de consonancia imposible». 

Era un niño cuando en el corazón le nacieron emociones que llevó al papel. Y un joven estudiante de Derecho, cuando eligió ser poeta, aunque no el bardo de pequeño canto.

La colina universitaria, ya enardecida, le mostró una realidad que lo incomodaba, y que no contemplaría plácidamente. Como sus cercanos Mella, Pablo de la Torriente- Brau y Juan Marinello, sintió que había dentro de sí una fuerza / concentrada, colérica, expectante / que es un anhelo / impreciso de árbol;   un impulso / de ascender y ascender hasta que pueda /¡rendir montañas y amasar estrellas!

Pudo haber vivido, como tantos otros próceres de nuestra historia, de su inteligencia, de sus estudios y de sus versos. Pero la abogacía no lo importaría sino para defender la independencia cubana, y con la rima empuñaría la gesta.

Su voz vibrará en hechos como la Protesta de los Trece; se elevará en la cárcel en los acordes del Mensaje lírico Civil –ese conocido texto que contribuyó al despertar de la conciencia nacional–; subirá a las tribunas, será una pesadilla para el tirano Gerardo Machado, y una de las más importantes figuras del movimiento comunista; organizará huelgas, en su condición de líder comunista, como la del 30 y la que derrocó finalmente al tirano. 

La enfermedad, que tantas veces lo rondó, y de la que tuvo algunas mejorías, se ensañaría finalmente con el autor de la Canción del sainete póstumo. Llegaban a Cuba, traídas por Marinello, las cenizas de Mella y casi sin fuerzas, desde el balcón de la Liga Antimperialista, se dirigió por última vez a las masas, para honrar al revolucionario.

Del escenario de su muerte, mucho se ha hablado. Nada que ver con las profecías del sainete; sino todo un acto de honores y devoción.

Hoy se cumplen 125 años del nacimiento de este hombre solar, que burló la muerte incluso pereciendo. No basta, a pesar del noble propósito, que escuelas, bibliotecas, una sala de hospital… lleven su nombre; que un programa televisivo de tanta fuerza como La pupila asombrada, nos conduzca a su pensamiento. Ha de ser eso, y mucho más. La vida y la obra de Rubén Martínez Villena es fuente de orgullo y no puede pasar inadvertida. Leerlo en sus versos, o en lo que de él otros han dicho, es ir al encuentro de una existencia ejemplar, puesta al servicio de la dignidad y del espíritu.

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