ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Fuerzas y herramientas, antídotos contra la colonización cultural, los tenemos. Foto: Juvenal Balán

«La destrucción está en imitar».

Me acordé del poeta indio Rabindranath Tagore en octubre de 2022, cuando unos jóvenes indignaron al país y a la cultura cubana con unas capuchas al estilo del Ku Klux Klan. Muchos en esos días han de haberle echado mano al consejo, siempre afilado, de un pensador como Fernando Martínez Heredia,

«Hay que desarrollar ofensivas –no ripostas– de educación patriótica y socialista bien hechas, atractivas y eficaces», reclamaba el intelectual, «organizar atinadas campañas de condena y desprestigio de los aspectos burdos o menos disimulados del sistema cultural-ideológico imperialista».

Celulares, tablets, ordenadores, videojuegos, filmes, anuncios y Smart tv, con las redes sociales y la internet como complemento, le dan cuerpo a la poderosa y sofisticada maquinaria de inyectar anticultura y veneno.

Así es la colonización cultural, la más letal, sutil y socarrona «serpiente» que habita el planeta, para infortunio de él y de sus demás pobladores, y que anda por doquier, con sus mañas y su fachada engañosa, artilugio para encandilar a ilusos y devorarlos.

Con esos «colmillos», la venenosa exalta sus símbolos, inocula violencia, enajenación, consumismo, también narrativas falsas; el arsenal es amplio y no excluye ningún género de banalidad que tribute a su recolonizador objetivo.

Tal es la «pócima», un arma para barrer culturas e identidades, descalificar proyectos sociales que le incomodan, desmovilizar resistencias liberadoras, deslegitimar gobiernos indóciles y contraponerles sus pueblos.

Muy bien maquillado todo, eso sí, para que el consumidor «deguste» la «píldora» en una Voz Kids, un Grammy Latino, un Óscar o un Miss de belleza, en el show de la nba o el de la mlb, McDonald´s o Coca Cola exaltadas, una marca comercial, una prenda de vestir o un desfile de modas.

El capitalismo –llamemos al colonizador por su nombre– ha creado un sinfín de herramientas y espacios para promover sus valores-antípodas de sociedades como la nuestra, y carcinoma en sus propias naciones y en las del Sur; las ideas, la memoria y los sentimientos son blancos preferidos de esa avalancha anticultural.

La «coral» moderna clava sus fauces en la mente y las emociones de niños, y en jóvenes como el del episodio que todavía recuerdo, ocurrido en el ómnibus de una ruta local en Guantánamo.

Con la bandera gringa a la altura del pecho en una franela, y en el cuello la esvástica o cruz gamada –ambos, símbolos de sucesos que niegan la condición humana–, el muchacho recorrió el interior del vehículo, como se recorre una pasarela.

Ignoró la desaprobación que su acto generaba entre los demás pasajeros, salvo en uno, que sin inmutarse sugirió que el asunto no ameritaba calor alguno. «Cada uno goza con lo que le gusta», dijo. ¿Ignorancia?, ¿ingenuidad?, ¿desmemoria?

Asuntos así –e incluso otros con apariencia menos compleja, que el colonizador manipula con igual sutileza y perversidad idéntica en el propósito–, en esta guerra de símbolos pueden ocasionar trastornos severos. Pensando en eso recuerdo a Eduviges, prestigiosa historiadora del Guaso, fallecida hace años.

La vi plantarse cuando alguien dijo que «da igual cutara o chancleta, porque el nombre no modifica al objeto»; pero «resignifica su origen, lo tergiversa –opuso la catedrática–, así nos priva de un hilo al pasado y falsifica la autoría de algo que nuestros antecesores crearon.

«Chancleta, más que nombre puede ser un disparo», alertó la investigadora; al margen de la semántica, su razonamiento hizo ver un sentido distinto en los nombres de la «cutara», la «cayuca» y otros vocablos aborígenes insertados en nuestro acervo histórico-cultural.

Son madejas a las que algunos les convendría desmontar del «ovillo», para inducir el olvido y evitar que los giros de la memoria nos recuerden a nuestros antepasados, a su exterminio y a los culpables de esa tragedia; algo que haría más dócil al que pretenden colonizar, y le facilitaría el trabajo al colonizador.

A la autoctonía de los pueblos le apunta también la «corola», menos mal que las «vacunas» contra su veneno se fabrican en barrios de la Isla. En Guantánamo, por ejemplo, lo evidencian proyectos que involucran a niños y adolescentes en el cultivo del Kirivá y el Nengón en la comunidad del Güirito, en Baracoa; el baile de La Puntillita, en Maisí; o el Festival de las Tradiciones, en Yateras y en otros predios del Alto Oriente.

Mas, tengo la impresión de que esa línea «inmunizadora» acusa discontinuidad cuando sus portadores saltan de la enseñanza media. Y también pienso que nuestros medios de comunicación pueden –y deben– hacer más y mejores productos en los que el «ser» prevalezca sobre el «tener».

Nombres como los de Elon Musk o Bill Gates, junto a los de célebres deportistas, artistas, y figuras con títulos nobiliarios, suenan cercanos a no pocos oídos adolescentes y jóvenes del caimán; nada saben de la abundancia o carencias espirituales y humanas de aquellos, pero les dicen «hombres de éxito», solo porque amasan millones.

En cambio, de Petronila Neira,  Berlanga, Conchita Campa, Soler Muñoz… autores de hazañas patrias, científicas, productivas, compatriotas hombres y mujeres de éxito, Héroes del Trabajo no millonarios, no siempre hablan con igual precisión nuestros pinos nuevos.

Dar a conocer mejor las virtudes de esos paradigmas de carne y hueso, y las de otros héroes y heroínas de la educación, el deporte, la defensa, el arte, la producción, sería reanimar una catarata reproductiva de nuestros valores y símbolos.

Eso reforzaría el caparazón de una isla aferrada, pese a las tempestades, a la utopía de coronar sueños aplazados en la colosal obra humana que construimos. Del socialismo nuestro, como dijera Fidel, es la cultura lo primero que hay que salvar.

Fuerzas y herramientas, antídotos contra la colonización cultural, los tenemos; experiencia también; falta sincronizarlos todos y pasar al ataque; la guerra es permanente, diversa en sus dimensiones, e intensa.

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