
Cuando se habla de los grandes autores de las letras mundiales no es posible omitir al relevante escritor, dramaturgo, ensayista, amante de las ciencias y poeta Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), conocido también como el genio del romanticismo alemán.
Nacido en Frankfort del Meno, un día como hoy, hace 275 años, el más grande de los poetas en lengua alemana firmó una de las obras literarias maestras -de todos los tiempos: la alegoría filosófico -poética Fausto. Concebida en dos partes: la primera contempla los amores de Fausto y Margarita, malogrados por los poderes maléficos de Mefistófeles, y la segunda, aborda el destino moral del ser humano.
Desde muy joven, a Goethe lo sedujo la leyenda de Fausto. Por la literatura popular (Volksbuch), debió de conocer la historia del hombre perspicaz que, descontento con su suerte, le entregó su alma al diablo a cambio de placeres mundanos.
Atraído también por el conocimiento de la naturaleza, la alquimia y la mística, había imaginado al personaje, que centraría después su monumental obra, «cobrando los rasgos de una personalidad poderosa y original, y concibió la idea de encarnar en él la visión del hombre superior que se gestaba en el pensamiento de su generación».
Con estas palabras lo explica la reconocida intelectual Camila Henríquez Ureña, en el texto que encabezó la edición cubana de la obra, en 1980, a cargo de la editorial Arte y Literatura. El ensayo con el que se prologa la publicación constituye un exquisito razonamiento en torno a la vida y la creación literaria de Goethe, y en especial, al itinerario transitado para la final conclusión de su Fausto –«cuyo desarrollo total abarca cerca de 60 años, de los 22 a los 82 de su autor».
Con la visión goethiana se enriqueció la leyenda al adquirir una nueva connotación; en ella aparece representada la humanidad y la incertidumbre frente a su destino.
Del Fausto, resulta conocida la primera de sus partes; la segunda, explica el texto, no solo es menos conocida, sino también menos «comprendida; no puede ser interpretada sin el auxilio de la erudición (…)»; y «para penetrar en ella hace falta cierta preparación».
Tal es la grandeza de su creador, que no pudieron los tiempos que lo sucedieron anular su huella, y en la obra de otros, ha sido motivo de permanente inspiración. La escultura, la pintura, la literatura posterior han reverenciado, en incontables ocasiones, al insigne humanista, promotor, junto al filósofo Johann Gottfried von Herder, del movimiento artístico Sturm und Drang.
Uno de los más célebres cuadros del alemán Wilhelm Amberg, Vorlesung aus Goethes «Werther» (1870), recrea a cinco muchachas leyendo la novela epistolar de Goethe, Las cuitas del joven Werther; el español Dióscoro Teófilo Puebla y Tolín representó en uno de sus lienzos a Margarita y Mefistófeles en la catedral. Diversas ciudades de Europa poseen esculturas en su nombre. No pocas obras remiten, desde su intertextualidad, al Fausto de Goethe, entre ellas: El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, y Fausto. Relato en nueve cartas, de Iván Turguéniev.
En uno de sus escritos, Federico Engels caracterizó a su coterráneo, a partir de su relación con la sociedad alemana: Así Goethe es ora colosal, ora pueril, ora un genio altivo, irónico, que desprecia el mundo, ora un filisteo precavido, satisfecho, estrecho. (…). Su temperamento, sus fuerzas, toda la dirección de su espíritu le destinaban a la vida práctica y la vida práctica que encontraba frente a él era miserable».
Carlos Marx lo consideró, junto a Esquilo y a Shakespeare, uno de los tres genios poéticos de la humanidad.










 
         
         
         
         
        

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