Pedro de la Hoz, el maestro

Un texto memorable de Eduardo Galeano habla de seres humanos semejantes a fueguitos. De aquellos capaces de incidir en los demás, dijo: «no se puede mirarlos sin parpadear y quien se acerca se enciende».

Uno de ellos, nacido en Cienfuegos, hace 70 años, honró con su vida ejemplar, y con su obra, la cultura de su patria, que es la nuestra.

Periodista de altísimos quilates, intelectual enciclopédico, combatiente todoterreno, Maestro de juventudes y también de expertos, sabio timonel de la palabra, soldado al servicio de la Revolución Cubana, tuvo además entre sus muchas virtudes, la valentía, a prueba lo mismo al emitir sus no siempre elogiosos criterios, que ante la muerte, que terminó venciéndolo, no sin antes batirse duro con un hombre orgánico que se le plantó frente, y la hizo, no pocas veces,  tambalearse.

De una inteligencia abismal, cultivada desde el hogar y avivada por la lectura permanente, escogió a Granma para escribir por 36 años en sus páginas, y a prestigiarlas se dedicó.

El pasado 5 de junio quiso la Parca arrebatárnoslo, y solo se llevó su cuerpo. No hay modo de sacudir, ni de sus compañeros ni de su pueblo, las letras ni la voz que emitiera con tan altas resonancias y con tanta razón.

Ese día, al saber de su adiós, a muchos de nosotros se nos quebró la voz, y no porque no tuviéramos nada que decir. El que partía quedaba en nosotros de muchas formas, algunas indefinibles.

Práctico como fue, no querría para él demasiada pompa. Compartamos hoy, sencilla y naturalmente, aquí, en la que fuera su segunda casa, el modo en que quedó en nosotros ese hombre que Cuba conoció como Pedro de la Hoz, y muchos, no por casualidad, lo llamaron Pedro de la Hoz y el Martillo.
La invitación está hecha.

*Palabras de Madeleine Sautié, editora jefa de la Redacción de Cultura del diario Granma, al iniciarse el homenaje en memoria del periodista Pedro de la Hoz, fallecido el pasado 5 de junio.