Si el artista involucrado en la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa posa la mirada en aquel o este flanco, da igual. Nada cambia si la pupila va a la colina de enfrente, o si panea sobre los trazos geométricos que –a golpe de azada, machete, sudor– manos labriegas han dibujado sobre la tierra rojiza.
Los bosques y los cultivos emergen con impresionante vigor en estos ferralíticos y bien atendidos suelos; el follaje de los sembradíos aquí no se parece al de otros. El paisaje posa delante de la pupila en cualquier dirección, es un duende, un letrero sin letra que al «cruzado» le dice de dónde a Monte Verde le viene el nombre.
A ese encanto se suma el de ver cómo un campesino evoca su victoria en una competencia de «caldoseros», «enyugador de bueyes» o «tostador de café»; lo dice con el orgullo de quien regresa triunfador de una cita estival; esta, su identidad, es su medalla olímpica.
Por algo Guantánamo tiene en Yateras al municipio más avanzado en el camino de la soberanía alimentaria; las evidencias sorprenden en montañas y valles de por aquí, y en algunas mesetas como la que Cañamazo escogió en Monte Verde para tenderle a «los cruzados» una celada.
Todavía no sé cuál rincón de la fría mañana de Monte Verde escondió a la niña que lo interpreta; los recién llegados iban con los bultos a cuesta, en busca del campamento, y el personaje les cortó el paso a unos 50 metros de este: –¡un momento!, dijo con simpática jerarquía y una estampa que a nadie dejó indiferente; en el pie izquierdo calzaba una zapatilla; en el derecho una bota de chapalear en el agua. «Soy Cañamazo –agregó–, autoridad pública en Monte Verde. Y ahora mismo se me identifican toditos, porque ustedes de por aquí no son».
Minutos de éxtasis, los «cruzados» le agradecen al carismático personaje, interpretado por una niña de 11 años que cursa el sexto grado en la escuela primaria Reinaldo Góngora Lara. «Yo he visto la cruzada dos veces antes de esta –relató Gelsi Talía Martínez (Cañamazo)–. Me gusta cómo ellos actúan; mirándolos fue que aprendí a actuar sin miedo, sin equivocarme; voy a ser actriz».
Lo más hermoso es que Cañamazo no fue la primera ni la última en esta incursión del teatro por las lomas de Guantánamo a La Primada; antes y después hubo otras, en Santa Catalina, Felicidad, Los Naranjos, Palenque, Bernardo, San Antonio, Imías, Maisí, Baracoa. Fueron niñas y niños los protagonistas en todas; y detrás de ellos siempre había un instructor y una huella «cruzada». En esas emboscadas caían los «cruzados» todos los días; suerte que los «disparos» eran de amor y de arte.
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