Siete años después de su estreno, y transcurrido otro plazo de la irrupción de la segunda temporada, Rompiendo el silencio, en la noche de los martes en Cubavisión, dista de cumplir con el mero trámite de una reposición.
A diferencia de los vacíos cubiertos por déficit de producciones nacionales, el regreso a la pantalla de la serie concebida por Rolando Chiong, con la colaboración en la escritura de Lucía Chiong y Legna Pérez en la realización, posee el valor de un estreno, y como tal debía canalizarse en la promoción y el acompañamiento público de sus contenidos.
Si cuando en diciembre de 2016 salieron al aire los primeros episodios la focalización de la violencia de género –digámoslo con todas las letras: el maltrato y abuso físico, síquico y moral a las mujeres y niñas– y la necesidad de combatirla ocupaba como nunca antes un lugar preponderante en la agenda pública nacional, hoy día el tema alcanza resonancias particulares, tanto por la creciente toma de conciencia del problema a escala social como por su aviesa manipulación mediática en determinadas redes y plataformas digitales de quienes pretenden sembrar matrices de opinión acerca del inmovilismo y la incapacidad institucional para abordar seria y orgánicamente el asunto.
Las iniciativas de la sociedad civil socialista, a la que tributan la academia y la vanguardia artística y literaria –reconozco en mi caso particular cuánto me iluminaron el compromiso de creadoras como Rochy Ameneiro, la escritora Laidi Fernández de Juan y la cantante Telmary, quien, por cierto, interpreta el tema musical de presentación de la serie–, han encontrado articulación y respaldo en el Programa Nacional de Adelanto de las Mujeres, una de cuyas áreas apunta al análisis y la erradicación de la violencia de género.
Sobre el tema, Fernández de Juan reflexionó: «Negar que existe violencia contra niñas y mujeres es conferir impunidad a los agresores. Mujeres agredidas física y emocionalmente arrastran no solo moretones, humillaciones y daños que amenazan sus vidas, sino el enorme peso de sentirse desvalidas, sin protección, ignoradas y, encima, culpables».
Esa es una de las aristas de los efectos de la violencia. Otra transita por la prevención, la educación, el papel de la escuela, de la familia, de la comunidad. Y la incidencia de los medios. No como parte de una campaña –las campañas suelen ser transitorias–, sino de un permanente y sistemático abordaje.
En tal sentido, Rompiendo el silencio, sobre todo los monográficos de la primera temporada, cobran pertinencia y actualidad. Y son mucho más efectivos y penetrantes en la medida en que se atengan e incorporen códigos artísticos válidos.
Como sucedió con el material del martes pasado, Oscuridad, a primera vista tremendista por su planteo dramático inicial y encauzado luego mediante una puesta en pantalla, en la que las miradas, los gestos, los primeros planos, las actuaciones (sobre todo las de Faustino Pérez, Yasmín Gómez y la joven Emay Peña), y la recreación de la atmósfera de victimización condujeron a una lectura eficaz del texto audiovisual.
Siempre viene bien que la TV Cubana se proponga la comparecencia de especialistas para debatir temas y contenidos. Pero Rompiendo el silencio, como propuesta dramática, en sus más logradas entregas, vale por sí misma. Sin moralejas, con arte.


 
                        
                        
                        
                    







 
         
         
         
         
        

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