
Britt-Ingrid Persson es una artista sueca no particularmente famosa en este prostituido mundo del arte como mercancía. Conocida por sus esculturas intrigantes, en 2014, con 76 años de edad, creó una obra llamada Cerebro muscular. El busto de un hombre en la mitad inferior, es coronado con el torso superior del propio hombre, con sus musculosos brazos cruzados tapándole los ojos, ¿o será haciendo de ojos, los antebrazos y el codo?
Y es que Cerebro muscular tiene tantas lecturas como inquietudes pueda despertar. ¿Acaso una denuncia de lo racional agobiando lo intuitivo?, ¿o una declaración del empoderamiento que le sigue al uso del pensamiento para ver el mundo fuera de nosotros?
Quiero ver en ella, la obra, la insoluble dicotomía entre el hipotálamo y la corteza cerebral. Quizás lo de insoluble sea la exagerada pretensión del ser humano de sentirse centro de todo. ¿Acaso la paradoja no halla a diario soluciones insospechadas de donde emana lo que innova como una resistencia creativa asociada a todo lo que hacemos?
Pero todo eso está bien si hablamos de individuos. La sociedad tiene sus propias dinámicas. En un texto de 1999, publicado en Criterios, en 2006, Stefan Morawski, el filósofo de estética polaco, discute lo que asemeja y diferencia los conceptos de cultura y civilización. Morawski agrupa, en el concepto de cultura, «no solo (...) los productos espirituales en la esfera de la religión, la filosofía, el arte, la ciencia, etc. (...), sino la totalidad de la vida social examinada desde el ángulo de los valores, normas, ideales y directivas que influyen en las convicciones y modos de actuar de los individuos». Si bien ambas son objetivas y dinámicas, la cultura es la que determina los valores, mientras la civilización es la encargada de realizar estos valores socialmente, en la medida en que la primera pertenece al plano de la conciencia, y la segunda se manifiesta de manera tangible en los objetos y su interrelación con el ser humano. En ese sentido, se induce, lo civilizatorio premia lo científico y lo tecnológico, en la medida en que lo considera esencial para su avance. Lo cultural, por otro lado, se siente amenazado por la ciencia y la tecnología. La crisis actual de la cultura, vista desde esa perspectiva, es resultado de la preponderancia impuesta, de manera violenta, de lo civilizatorio sobre lo cultural. Este fenómeno comenzó hace varios siglos, y tuvo su expresión filosófica más difundida en el positivismo social, que parte del convencimiento de que la acumulación de conocimiento trae irremediablemente un decurso histórico que conduce a la felicidad de todos los individuos dentro de una sociedad esencialmente perfecta. La crisis de la cultura es, por tanto, en buena medida, pero no exclusivamente, la crisis de esa visión fallida a todas luces, frente a los hechos reales y objetivos del mundo de hoy.
Hay un cerebro muscular acechándonos también en lo social, más allá del individuo. Y el temor al cambio es parte de su escenografía dialéctica.
Pero ya que volvimos a la obra de la escultura sueca, hagamos otra historia. El 3 de septiembre de 1967, Suecia cambió el carril de conducir, de la izquierda a la derecha. Fue tan significativo, que a ese día se le dio un nombre, Högertrafikomläggningen, que terminó conociéndose como Dagen-H. Tomó un tiempo y la intervención del ejército para hacer la transición completa, incluyendo el cambio de los signos de tráfico, e incluso transformar los ómnibus para que las puertas de entrada y salida fueran compatibles con el cambio. Para aquel entonces, en el país había cerca de dos millones de autos y, a pesar de la pesadilla logística y los augurios de la inevitable hecatombe que sucedería, el cambio se hizo y los suecos terminaron manejando del otro lado.
A veces no queda otra que forzar los cambios. Pauli fue un físico ganador del premio Nobel, entre los fundadores de la física cuántica. Arquetipo del físico teórico, su nombre es parte del parnaso más exclusivo de esa ciencia. Decía Pauli, para explicar las rupturas paradigmáticas, que los científicos no deciden de pronto abandonar el marco conceptual en el que se han movido, y que ya tienen incorporado culturalmente. Para la generación que va pasando, lo nuevo siempre le será ajeno, pero ya se va haciendo cotidiano a la nueva generación que emerge, y se vuelve sentido común a los nietos, al punto tal que para ellos, los nietos, resulta inconcebible que alguna vez se pensara de otra manera.
Pero cuidado, en este mundo de máscaras nos quieren vender como nuevo lo que no es otra cosa que lo viejo disfrazado de camuflaje novedoso. Lo digo por la ideología burguesa, que vive como la vieja prostituta que pretende el engaño de lo atractivo, a golpe de cosméticos que oculten sus horrorosas entrañas.
Aquí la solución al cerebro muscular, que no es otra cosa que la puja creativa entre lo cultural y lo civilizatorio, es rebasar al capitalismo. Para siempre. Por todos.












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