ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Retrato de León Felipe, José Moreno Villa (1887-1955) 

Por la manchega llanura / se vuelve a ver la figura / de Don Quijote pasar. / Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura, / y va ocioso el caballero sin peto y sin espaldar… No podrían ser otros los primeros versos que me asisten cuando recuerdo al poeta español León Felipe, fallecido en México, hizo el pasado 18 de septiembre 55 años. Tampoco creo que me suceda solo a mí.

La sentencia que emerge de un poema como Vencidos, con ese plural que integra al Caballero de la Triste Figura con el autor, resulta imposible de olvidar, si alguna vez se hubiera advertido. Allí el sujeto lírico contempla de nuevo al personaje cervantino, mientras pasa aniquilado, «de retorno a su lugar», y abatido por el desánimo, le pide un sitio en tu montura / que yo también voy cargado / de amargura / y no puedo batallar.

A veces llega el texto acompañado de aquella música descomunal con que Joan Manuel Serrat lo hizo célebre para los públicos de habla hispana. Otras, desde la lectura silenciosa y aprehensiva que el lector cubano le debe, fundamentalmente, a una Antología de León, publicada por la Editorial Arte y Literatura en 1980, que nos pone –sintéticamente– ante la creación de un hombre que no en balde tuvo predilección por el personaje que enfrentó molinos y galeotes, poseído por el afán de la justicia.

Intelectual de convicciones izquierdistas, nació en 1884, en Zamora. Estudió Farmacia, fue actor de teatro y sufrió cárcel por asuntos económicos. Habiéndose marchado de España en 1920, anduvo por África y América. La guerra civil desencadenada en 1936 en su patria lo sorprende en Panamá, pero regresa con el objetivo de apoyar a la Segunda República. Su postura contra el franquismo, defendida en un poema como La insignia (1937), terminó en persecución, por lo que se exilió definitivamente.

(…) Hay que salvar / al pobre / y al rico. / Hay que matar al rico y al pobre para que nazca el / Hombre, el hombre heroico. / El Hombre, / el hombre heroico es lo que importa. / Ni el rico / ni el pobre, / ni el proletario, / ni el diplomático, / ni el industrial, / ni el comerciante, / ni el soldado / ni el artista / ni el poeta siquiera, en su sentido ordinario / importan nada, se lee en el persuasivo texto. 

En esas líneas está el grito que sus estudiosos le reconocieron tanto en su vida como en su obra, un llamado humano que advierte: Oye, oíd, oíd todos, otra vez: / la conciencia del hombre nuevo exige ya otro mundo / distinto que el de la rata y la raposa.

Marcado artísticamente por Whitman, a quien tradujo, y por Antonio Machado y Miguel de Unamuno, León Felipe, uno de los integrantes de la generación del 27, proyectó una rebeldía propia de su condición de poeta sincero.  El payaso de las bofetadas y el pescador de caña (1938), El hacha (1939), Español del éxodo y el llanto (1939) y El gran responsable (1940) constituyen obras representativas de su irreverencia ante las dolorosas escenas que lo estremecían.

En 1936 llegó a Cuba, donde había ganado lectores y contaba con amigos como Nicolás Guillén y Juan Marinello. En la institución Hispano-Cubana de Cultura, dirigida por Fernando Ortiz, impartió conferencias magistrales. En ellas fueron temas infaltables la poesía y Don Quijote, y dejó cálidas impresiones en el auditorio capitalino.

Una anécdota narrada por Marinello cuenta que, en 1933, en México, cuando estaba todo listo para traer a La Habana las cenizas de Mella, revolucionarios mexicanos le hicieron un acto de despedida. No faltaron los oradores entre los que Sotomayor, el jefe de la Policía, creyó erróneamente reconocer a León Felipe.

–Usted también –dijo– que fue el primero en hablar…

Marinello, comprendiendo la confusión, salió en su defensa diciéndole que solo formaba parte del público. A lo que el poeta respondió:

–Señor Sotomayor,  no  es cierto que sea yo ajeno al acto de esta noche; por el contrario, soy el que más tiene que ver con su realización.

Huelga decirlo. Esa noche, Marinello y León Felipe durmieron en una celda.

No deben cerrarse estas líneas sin remarcarse que fue amigo del Che, a quien le dedicó poemas como El gran relincho; ni que, a su vez, en los poemas escritos por el Guerrillero, se podía hallar la traza de León Felipe.

¿Quién soy yo? fue una pregunta recurrente en los diálogos interiores del poeta, que tal vez no alcanzó a verse en la justa dimensión que alcanzara su humanismo. Para nosotros, sin embargo, sería imperdonable desconocerlo. Como su ídolo literario, emprendió amorosas batallas siempre del lado de las causas mayores, como Mella, como el Che, como las defendidas por los bardos prometeicos en los que creyó, los irremediablemente épicos y activos.

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