ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Fotograma del filme Humo sagrado Foto: Fotograma del filme

Humo sagrado (Jane Campion, 1999) arranca con el personaje de Ruth, incorporado por Kate Winslet, de viaje de iluminación por la India. Pero será breve, porque tiene una familia que la quiere de vuelta en Australia, pues no entiende nada de su periplo espiritual. Ya en su país, los padres, preocupados al creer fanatizada o «tomada» a la hija, contratan a P. J. Waters para que la «cure». Este rarísimo personaje, como el 95 % de los compuestos por Harvey Keitel en su carrera, ha resuelto 189 casos semejantes.

Luego, Ruth y P. J. hacen algo bastante inusual que, no obstante, la familia de ella aprueba: marchan, solos, a pasarse unos días en una cabaña campestre, para que el tipo la reconduzca a la sanación.

El espectador que conozca a la Campion no se sorprenderá al apreciar por dónde serán lanzadas las flechas del arco dramático, pese a lo bastante extrañito de todo en su conjunto: a) verá otra vez, sin ropas, la ancha espalda del pequeño Keitel y su fornido trasero, legendario desde El piano, la premiada cinta de Jane; b) contemplará a Winslet orinando frente a la cámara y a él vestido de mujer, algo fuera de lo común, pero no tanto para la directora; c) asistirá a unas formas de sexo digamos que poco ortodoxas.

Esto no pasaría de «peculiaridades» típicas de su pantalla, incluso más acentuadas en lo erótico durante la posterior En carne viva (2003), de no ser por el hecho de que ella, además, pretende transmitir ciertas ideas. El «concepto» –lo que la Campion intenta que predomine en su desequilibrado cine–, es que una sociedad promasculina y misógina en su esencia debe prepararse para asistir a un drástico giro en las relaciones de poder entre los sexos. Noción muy estimable, además, constante temática de una filmografía que revierte el relato de presa/predador por la vía de sus sistemáticas heroínas no adaptadas a reglas o dominadores, si bien la forma como es propuesta aquí, más que reflexión provoca risa.

Otra «tesis» sugerida es que prima en el universo de las relaciones humanas un espíritu tan conservador, que todo aliento de transgresión causa rechazo. Son conclusiones formuladas, antes y después, de formas mejor argumentadas, menos esquemáticas. Eso sí, al margen de la ridícula manera en que las expone, Campion arriba a ellas mediante la osadía descriptiva de una Catherine Breillat, una Anne Fontaine o una Claire Denis. Valor no le falta.

Y en lo anterior se fundamenta la paradójica salvación y muerte de Humo sagrado, vista en el ciclo dedicado a la realizadora en la sala Charles Chaplin. Salvación, porque la saca de la modorra sensorial e ideológica de parte del cine anglosajón de los 90. Muerte, porque sus elucubraciones son esbozadas, por si fuera poco, con la pedantería usual de la Campion, rasgo que cobra fuerza aquí y no es atenuado, tal como parecía indicar la zona introductoria.

Da igual que la Winslet ejecute una pulcra composición felina, que Keitel esté menos ampuloso que de costumbre, o que Neil Diamond y Annie Lennox entreguen exquisita partitura: las volutas de este Humo sagrado llegan a caerles pesadas hasta a esos fumadores empedernidos de las brevas que, cada unos cuantos años, enciende la neozelandesa. Con perdón de la gran El poder del perro (2021).

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